
En un documental que echaron el otro día por la tele (no recuerdo la cadena) que trataba sobre la más que probable extinción del gorila rojo de Borneo, se dijo que dicha especie comparte un 97% del código genético con el homo sapiens, es decir, con ustedes. Lo que significa que en un momento de la historia una familia de esos gorilas evolucionó, por motivos que se desconocen, forjando los cimientos de la especie humana. Ahora, éstos –o sea, ustedes- se dedican a desforestar el idílico hábitat de aquellos en aras de oscuros intereses económicos, condenando a quien tal vez propició la aparición del ser humano en este planeta a una indigna e innecesaria desaparición del mismo. El hecho de que -tal vez- no sean capaces de razonar o no al menos en la misma medida en que razonan los humanos, no impide a estos primates albergar sentimientos y adoptar conductas que ya quisieran la mayoría de los padres humanos para sus hijos y yo para la mayoría de ustedes. En las imágenes, que en esta ocasión sí valían más que mil palabras, se apreciaba nítidamente ejemplos de esos comportamientos y emociones. En sus ojos, abiertos y asombrados, profundos como un océano, se abismaba una ternura imposible de puro sincera; y también se adivinaba, en su hondura tenebrosa, un silencioso, estoico, acatamiento de un destino que parecían conocer y aceptar calladamente. Ni rastro de rebeldía o indignación en ellos, sólo ternura y pena. Y silencio.
Si en la especie humana quedaran restos simiescos es probable que esta situación extrema y lamentable no se estuviese produciendo. Pero al parecer ese 3% de genes que no heredó de los gorilas rojos contenía la esencia de la bondad, de la que éstos serán afortunados portadores el poco tiempo que les quede de vida. ¿Cómo sabrá entonces el humano distinguir el bien del mal, si destruye uno de los más logrados arquetipos de esa bondad que tanta falta hace en este planeta? Condenando a estos nobles simios, imagen viva de lo que un día fue el hombre, a una muerte estúpida, éste sólo conseguirá degradarse un poco más y avanzar otra zancada en la agónica y ciega carrera hacia su propia destrucción.
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