Acudo a un banco que no tiene nombre para firmar el contrato de una hipoteca. Mientras espero sentado en un despacho sin paredes aparece un señor diminuto que dice ser el director y me entrega, diciendo que es el contrato en cuestión, unos folios en blanco. Le hago notar esta circunstancia y argumenta que en realidad está redactado con tinta invisible y que sólo aquellos afortunados dignos de recibir créditos de su afamada entidad financiera son capaces de leer. Firmo con una cruz aduciendo que mi limitada cultura, mi ignorancia en tales menesteres y, en definitiva, mi analfabetismo me impiden usar una firma más digna. Comprensivo, me explica que en realidad se trata de una broma y me entrega otro contrato por el que me comprometo a prestar al banco la suma de 240000 €, que me será devuelta en cómodas cuotas mensuales durante los próximos veinte años. No quiere molestarme con farragosas explicaciones, así que muy sucintamente me resume la situación: al dirigirse con el perito tasador a la dirección donde les indiqué que se encontraba ubicado el inmueble, comprobaron que el edificio no existía ya que, al parecer, la empresa constructora no llegó a constituirse ante las siniestras perspectivas económicas, que no pasaron desapercibidas a los futuros socios fundadores, que decidieron no llegar a serlo. Como la normativa de la entidad les tiene prohibido cancelar operaciones por causas menores, decidieron proseguir y el experto tasó el bien inmueble que jamás fue tangible en -300000€ (menos 300000€), debiendo yo abonar el 80% de esa cantidad, que equivale a la que me hubieran ellos ingresado en cuenta caso de haberse llevado a cabo la construcción del edificio. Cerrada la operación a satisfacción de las partes relevantes en el contrato (ellos) me dirijo algo deprimido a mi casa donde escucho por la radio a Zapatero diciendo que no se puede hablar de crisis en la economía española por la sencilla e inapelable razón de que tal palabra no existe ni jamás ha existido, al menos durante las legislaturas en que su partido ha gobernado. De otros, no quiere hablar, que cada palo aguante su vela, y que él se dedicará a consolidar lo realmente importante para el país en las presentes circunstancias históricas: la regulación de la interrupción voluntaria del matrimonio entre personas del mismo sexo y la construcción de un marco legal que habilite la posibilidad del embarazo simultáneo en parejas de hecho, con independencia del sexo de cada uno de sus miembros.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
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