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Malas noticias

-Y dígame, usted, como médico con una dilatada carrera a sus espaldas, habrá tenido que dar noticias fatales a sus pacientes en numerosas ocasiones, ¿no es cierto?

-En efecto, amigo mío. Muchas veces me he visto obligado a hacerlo.

-¿Y llega uno a acostumbrarse? Quiero decir, si llega a convertirse en una parte más de su trabajo, en pura rutina desprovista de toda trascendencia, en un mensaje cuyo contenido no altera ya el ánimo del mensajero, de usted; o, por el contrario, cada vez es un suplicio para el médico comunicar lo que en realidad es una condena de muerte para el enfermo.

-Bueno, eso varía según quién sea el mensajero. En general, no es cierto que los médicos nos volvamos insensibles a las reacciones que una noticia tan tremenda provoca en nuestros pacientes, también tenemos nuestro corazoncito, pero sí es verdad que aprendes a convivir con esta parte de tu trabajo. Es fácil, o la asumes aunque te cueste, o cambias de profesión. Pero siempre es duro.

-Permítame otra pregunta ¿Recurren ustedes los médicos, o usted en concreto, a alguna, digamos artimaña retórica, a eufemismos mitigadores? No sé, ¿dan la noticia de sopetón o la van dosificando para que el paciente tenga tiempo de asimilarla? En definitiva y para ser claros ¿Procura usted endulzar el maltrago o prefiere ser tajante y decir lisa y llanamente lo que hay, aunque parezca cruel?

-Personalmente he adquirido el hábito, a través de la experiencia, de llamar a las cosas por su nombre pero acompañando el mensaje de un tono sosegado y de una sonrisa de esperanza, porque aunque el asunto esté muy claro nunca hay que perder la esperanza que, en último término, siempre ayudará a soportar con mejor ánimo los últimos padecimientos.

-Sí, pero… ¿no es eso mentir? Una mentira piadosa, de acuerdo, pero una mentira al fin y al cabo. La esperanza puede entenderse en estos casos como un resquicio abierto a la posibilidad de curarse, cosa que no es cierta.

-Yo no lo veo así, y disculpe que le contradiga, porque un enfermo terminal quiere creer hasta el final que existe esa mínima posibilidad. Yo no les miento, no aliento en ellos falsas esperanzas; simplemente soy cordial y comprensivo. Les animo con mi voz meliflua y mi sonrisa de comprensión y de solidaridad para que no se hundan. Y, además, ¿quién le dice a usted que no podría suceder un milagro? A veces pasa; va contra todo principio científico, pero a veces pasa.

-Y esa conducta ¿le suele dar resultado?

-A veces sí, amigo mío. A veces sí. ¿Tiene alguna otra pregunta?

-Pues no.

-En ese caso, querido amigo, vayamos al asunto, porque hoy tengo llena la sala de espera de la consulta.

Y con un tono de voz sosegado y una sonrisa conciliadora en su rostro dijo el doctor:

-Ya hemos recibido los resultados de la biopsia, amigo mío, y lamento tener que comunicarle…

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