
Cuando los primeros calores aprietan, la gente toma por asalto las playas y se fríen como chanquetes. Acostumbrados a no tomar elementales precauciones cuando conducen o practican el sexo, se imaginan que el sol estival, mordiente y dañino en según qué latitudes, no será tan malo como lo pintan los apologetas de la salud. Lo cierto es que sí lo es, y prueba de ello son las avalanchas de quemados en diversos grados y de hipocondríacos convencidos de que padecen cáncer de piel que inundan cada verano las urgencias de los hospitales. Una vez más se demuestra que de casi nada sirven los consejos, y menos aún si se repiten hasta el cansancio, como sucede en las campañas “de sensibilización” que, en los diferentes medios de comunicación, despliegan las autoridades competentes –que demuestran, de paso, la magnitud de su incompetencia, salvo, como siempre, honrosas excepciones que nadie conoce-.
La solución, si es que existe, a este y a otros problemas derivados de malos hábitos en la sociedad, está, en mi opinión, dentro de la órbita familiar y de la buena praxis educativa en las escuelas; por supuesto, empezando la tarea cuando el ciudadano es aún chico y moldeable; y predicando con el ejemplo, que es la única manera de asegurarse de que no se predica en el desierto. Pero como –al menos en este país- las mentes pensantes se ajustan a patrones de pensamiento y de conducta burocratizados que se instituyeron hace décadas y que el uso, el tiempo y la falta de imaginación han consagrado, los resultados son muy deficientes cuando no nulos y cada verano hay más quemados; y, por desgracia, también más accidentes de tráfico y más contagiados por el virus VIH. Porque el verano invita al veraneo y a la juerga, que conllevan desplazamientos, el uno, y unas inusuales ganar de echar un polvo, la otra. Y, como ya he dicho, no estamos acostumbrados a adoptar unas mínimas precauciones... que bien podrían salvarnos la vida. Y aquí lo dejo, porque esto se parece peligrosamente a un anuncio "de sensibilización".
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