Siempre hay un grado de realidad en los sueños; en los sueños que se sueñan cuando dormimos, no en los que soñamos despiertos, porque estos carecen por completo de base real y suelen ser ilusiones irrealizables producidas por nuestra incapacidad para aceptar la realidad tal como es. La base real del sueño, distorsionada por el bromista subconsciente para que no la reconozcamos con facilidad, pertenece a la esfera de nuestra mente que se ocupa de procesar los hechos, pero que no sabe exactamente cómo hacerlo. Es como el departamento de una fábrica cuya función fuese ensamblar diversos ítems par dar forma a un producto acabado y en el que las órdenes de ensamblaje se hubieran perdido o al menos trastocado, con el consiguiente desorden en tareas y procesos y el previsible atasco si no acude alguien a remediar el entuerto. En los humanos, ese alguien, ese remedio, son los sueños. Al soñar, eliminamos piezas defectuosas del alma y lubricamos su maquinaría para que no se produzcan atascos indeseados. Las pesadillas son el resultado de la incapacidad del departamento de mantenimiento para arreglar algunas averías. Los sueños placenteros, los eróticos en especial, son el resultado del virtuosismo técnico de dicho departamento.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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