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Ejercicios de estilo

El hombre del traje y el abrigo azul camina despacio por la acera de la calle Larios, la más céntrica de la ciudad, observando de pasada algunos escaparates de tiendas de ropa. Casi al final de la calle, en dirección a la plaza de la Constitución, lo aborda un mendigo de los tantos que hace años transitan errabundos por mi ciudad y le pide tal vez limosna, para comer dirá –las necesidades de nuestros parias han variado, y hoy día la droga es casi más necesaria que la comida, también más cara-, al menos un cigarrillo. El hombre del abrigo se detiene y le dice algo al mendigo, parece recriminarle; pero acaba sacando unas monedas del bolsillo del pantalón y se las da. Después sigue su camino. El mendigo mira las monedas durante un minuto y después increpa al hombre, que no parece darse por aludido.


 Hombre trajeado paseando, abordado por mendigo, hombre da monedas a mendigo, hombre sigue camino, mendigo insulta hombre, hombre ni caso.

 

 No es presunción observar que el caballero de porte señorial y pasos sosegados, ataviado con un lustroso y apropiado traje de confección esmerada, que distraídamente repasa con su experta mirada los artículos expuestos tras los cristales de los establecimientos comerciales, sea tal vez un adinerado empresario de familia quizá heráldica y enraizada desde hace siglos en nuestra querida patria chica. Es enojoso advertir cómo un miembro de los arrabales, con seguridad proveniente de otra villa menos cuidadosa con sus hijos que la nuestra, aborda sin miramientos a este notable caballero importunándole con alguna queja o súplica que no compete a nuestro distinguido caminante atender. El cual, no obstante, haciendo gala de una exquisita sensibilidad social propia de nuestros más eminentes próceres, obsequia al interfecto antes aludido con una suma de dinero que extrae de su propio bolsillo, no sin antes aconsejar, sin duda sabiamente, al inoportuno, tal vez con recomendaciones pertinentes sobre la conveniencia de usar atuendos más apropiados al transitar por los bellos paseos que adornan nuestra insigne villa. Con un comportamiento a todas luces soez, el desagradecido indigente profiere una retahíla de insolencias a espaldas de nuestro digno caballero, que altivamente prosigue su camino.

 

 ...Y veo a un tronco que iba de pingüino y le digo ‘enróllate, tío, que llevo una semana sin jamar caliente’ y va el nota y me suelta que qué le cuento que nos’su problema, maqui, como te lo cuento y ya le iba yo a mentar a la madre y va y se acojona, que ya me conoces cuando me cabreo que se me nota tela y me suelta el pavo dos euritos, pa la arguililla esta que está dabutin, pero me digo que qué ruina de tío, dos putos euros con lo que tendría na más quen el bolsillo, y me cabreo más que antes y me cago en tos sus muertos allí mismo, como te lo cuento, tronco.

 

Y..,no sé, creo que era un hombre bien vestido, y...¡con traje, eso es!, seguro que llevaba traje. Iba, pues, cómo decirte, iba como mirando algo, como buscando en lo escaparates, algo que le haría falta, tal vez. Y, si, fue entonces, creo, cuando se le acercó un pordiosero, parecía eso, un mendigo o así, pidiendo. Y el hombre le iba a dar…, no, espera, ¡le dio!, si, eso es, le dio, seguro, unas monedas, puede ser, propina no, claro, sería limosna. Y entonces le dijo algo. Me parece. Luego se fue, si, se fue.Y el mendigo, o a lo mejor era un yonki, no estoy seguro, bueno pues le dice algo, creo que enfadado o así, como cabreado, eso. Pero el otro me parece que no lo oyó. No estoy seguro.

 

Es que , hija mia, estamos en Málaga, qué quieres que te diga. Vamos que este calor es normal, la humedad y eso; y fíjate en la gente, que va ya de verano, bueno, menos aquel señor tan estirado que nacería con ese traje. ¡Uy!, mira el asqueroso que se le arrima. Esos ni calor ni frío ni nada: siempre con los mismos harapos, que habrá que quitárselos con espátula. Fíjate, hija, encima de que el señor le da algo se enfada el tio guarro, y los guardias lo de siempre, cuando los necesitas no ves ni uno, que hay que ver como está la calle, para no salir, hija, pero claro, con este calor…si, y sé que el hombre le ha dicho algo, pero le ha dado dinero ¿no?, entonces qué quiere el otro, será desagradecido.

 

Oigo perfectamente sus insultos pero no voy a contestar, lo decidí en cuanto le di las monedas que me pidió y le recomendé que las usara para comprar comida y no para droga, como seguro que hará. Y supe que lo iba a hacer en cuanto lo vi acercarse con la cara compuesta para dar lástima, el truco más manido que tienen, pero que les debe funcionar cuando lo usan continuamente. Ya me parecía raro llevar dos minutos caminando por la calle Larios, viendo tranquilamente escaparates, y no haber sido abordado por nadie, como había previsto que ocurriría cuando decidí salir a pasear esta mañana, tras ver el sol tan magnífico que lucía.

 

Estoy convencido que ella esconde algo, tiene un secreto y por eso está tan tensa estas semanas, desde que volvió de aquel viaje a Roma, por negocios, espere un momento, por favor, voy a ver si tengo suelto, no por favor, no hace falta que me cuente nada, me hago cargo, y suena raro eso de que sea ella la que viaje por negocios y no yo, al fin y al cabo el hombre y el director de la empresa, aunque sea ella la propietaria desde que murió Mauricio, pobre, sí, hombre, sí, no se impaciente, ahora mismo se lo doy, tenga, ahí van unos euros, pero ella heredó la empresa y, las cosas como son, tiene instinto para dirigirla, sabe tomar decisiones, delegar, motivar, en fin todo lo que hace falta y yo no tengo, pero hasta ahora era yo quien viajaba y llevaba los asuntos de fuera, venga hombre, con eso tiene para una comida decente, si no se lo gasta en droga, claro, pero eso es cosa suya, y ahora a ella le da por asumir eso también y lleva ya cuatro viajes en tres meses, sólo que este último a Roma no era imprescindible, el motivo suena a excusa y me pongo triste si empiezo a atar cabos, así que por mucho que me increpes no me voy a dar la vuelta, ni a contestarte aunque te lo merezcas, porque he decido callarme y aguantar.

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