En la reciente campaña electoral que ha vivido EEUU y durante un encuentro con prosélitos de su partido, estaba el candidato McCain estrechando las manos de sus incondicionales cuando una señora más bien mayor le dijo algo así: “Queremos que usted sea presidente, senador MacCain, y no ese Obama, que es un musulmán”, a lo replicó el candidato con presteza: “Señora, el senador Obama no es musulmán, sino un estadounidense decente”. Las connotaciones de su lapsus verbal evidencian el cariz fundamentalista de las creencias del señor McCain. Él tiene la certeza de que si uno es estadounidense y además decente es imposible que sea musulmán. La proposición inversa, por consiguiente, debe tener la misma validez, esto es, si uno es musulmán no puede ser un americano decente. Pero esta última afirmación es fácilmente refutable ya que existen ciudadanos estadounidenses que profesan la religión de Mahoma, sobre todo en la comunidad afroamericana. Y sería absurdo negar que entre ellos haya alguno decente. Es decir, que un musulmán puede ser estadounidense y también decente, ergo si uno es estadounidense y decente sí puede ser musulmán, como a lo mejor lo es el presidente electo de Estados Unidos. (No hay fundamentalista más peligroso que el que aparenta tener razón.)
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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