Ir al contenido principal

Las gafas

 La elegante señora reprendía al chaval mientras se retocaba nerviosamente los elaborados tirabuzones. Se veía que trataba de no descomponer la figura, de no perder el garbo. Lucía un vestido esplendoroso.

-¿Me quieres decir, hijo mío, por qué me das estos disgustos? Tu profesor me ha llamado otra vez. Me ha dicho que como vuelvas a hacer novillos te expulsarán, perderás la beca. ¿Sabes lo que eso significa? ¡¿Lo sabes?!

Una gota de sudor que surgió de entre dos tirabuzones amenazaba el maquillaje que realzaba el brillo enfurecido que despedían sus ojos oscuros. Se retocó de inmediato con un pañuelo de seda y detuvo el peligro.

-Desde que tu padre falta me dejo la vida y la dignidad en ganar dinero suficiente para que tú no padezcas como yo, para que tengas una vida decente ¿Y cómo me pagas tú, eh? ¿Cómo me pagas, desgraciado? ¡Responde a tu madre, Pablito!

-Mi padre está en la obra, usted no es mi madre y yo no soy Pablito.

-¿Qué insinúas, malnacido? Ya te han comentado algo en el barrio, ¿no es cierto? ¡Mentiras de chismosos! ¡Ven acá, que te voy a cruzar la cara por hacer caso a calumnias! ¡Te voy a enseñar a respetar a tu madre!

-¡Señora, por favor, póngase las gafas!

Así lo hizo ella. Cuando reconoció al hijo de la vecina se avergonzó, y se dijo que en adelante llevaría puesta las gafas aunque desluciesen un poco su lozanía. Excepto en el trabajo, porque ya se sabe lo puntillosas que son las madames.

Comentarios

Entradas populares de este blog

I dreamed a dream

La conocí en mis sueños. Apareció de repente. Era rubia, delgada y vestía una túnica azul cielo. Su risa repentina expulsó del sueño a los fantasmas habituales y me devolvió de golpe la alegría de soñar. Con voz coralina me contó un largo cuento que yo supe interpretar como la historia de su vida en un mundo vago e indeterminado. Sabía narrar con la destreza de los rapsodas y usaba un lenguaje poético que le debía sin duda a los trovadores. Todo en ella era magnético, sus ojos de profunda serenidad, su rostro de piel arrebolada, sus manos que dibujaban divertidas piruetas en el aire para ilustrar los párrafos menos asequibles de su discurso, los pétalos carmesí de sus labios jugosos. Cuando desperté me sentí desamparado y solo, más solo de lo que jamás había estado, empapado de una soledad que me calaba hasta los huesos. No me levanté y pasé el día entero en la cama deseando con desesperación que llegase de nuevo el sueño, y con el sueño ella. Soy propenso al insomnio, sobre todo cua...

Ya te digo

¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...

Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO

Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...