Decía Oscar Wilde que es muy difícil acostumbrarse a dejar de ser joven, porque joven es lo que uno ha sido toda la vida. Estoy empezando a comprender el verdadero sentido de la frase. Desde hace algún tiempo mi mundo parece estar convulsionado, es diferente siendo el mismo, se me antoja otro, con matices que antes no apreciaba y que lo transforman por completo, como cuando una mujer se arregla para una fiesta y de repente la ves de otra manera porque parece otra con los arreglos y los afeites, aunque en el fondo siga siendo la misma. Pues de un tiempo acá noto que mis sobrinos, que eran unos macacos hace nada, empiezan a parecerse a los adultos que dentro de poco serán; que mis mayores, hasta ayer mismo adultos lozanos, van perdiendo lustre día a día, tropiezan más, se les olvidan los encargos, encogen y se arrugan. Y yo me siento atrapado entre esos dos tsunamis de la existencia: el que arroja al mundo vida joven y el que se lleva vida vieja. Y me siento descolocado, desubicado, perdido, solo y desnudo, expuesto a las inclemencias del destino, un náufrago del tiempo que trata de ganar la costa de la cordura, sin la protección de mis mayores ni la imposible comprensión de mis sobrinos, a punto de coger un catarro existencial que me puede dejar con una crisis de caballo. Dentro de muy poco, aquellos macacos serán jóvenes adultos con toda la vida por delante, mis amados viejecitos estarán en la sala de espera del último aeropuerto esperando la partida de su vuelo final. ¿Y dónde estaré yo? ¿Qué será de mi? Supongo que seré un adulto lozano a un paso de comenzar a arrugase y encoger, de tropezar con todo y olvidarse de los recados. Al menos, eso espero, porque la alternativa no me gusta nada.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
Comentarios
Que tengas unas felices fiestas y un próspero años nuevo,mi querido amigo.Un fuerte abrazo.
Un abrazo
saludos
No mires espejos ni fotos, solo vive y recuerda. Lo primero necesita un enorme manual de instrucciones (cada cual, al final se fabrica el suyo). Lo segundo es más fácil y ayuda a no dejar de vivir. Además, sirve de entrenamiento para no olvidar los recados.
Un abrazo
Un abrazo.