‘Y ahora, noble viajero, te contaré la historia de este libro’.
Con estas palabras dio mi anfitrión por concluída la cena. Entraron varios servidores y recogieron los restos de la misma, y con precisos y rápidos movimientos convirtieron de nuevo en sala de lectura lo que habían improvisado como comedor hacía sólo un rato. El venerable Rashmund tomó entre sus manos un volumen con las tapas grabadas en oro, de gran tamaño, y lo depositó en el suelo, entre él y yo. Con manos suaves pasó algunas hojas delicadamente, cerró los ojos y olfateó el aire.
-¿Notas este olor tan especial que desprende el libro?-, yo asentí, aunque no olí nada, -es el olor de la sabiduría añeja, tamizada por el paso de los infinitos años que han atravesado estas páginas. Este es, noble viajero, el Libro de libros, el que se hizo al principio de todo y en él están compendiadas las palabras con las que Dios amasó el mundo, le dio vida y forma, y lo dejó después en manos del hombre para que lo perfeccionara. Para ello le entregó este libro al tercer hijo de la primera pareja, después de la expulsión, con instrucciones para que nada de lo que el hombre crease pudiese ser nombrado con otras palabras que las aquí figuran, palabras divinas de concordia y de fe, palabras sabias para crear y crecer. Si así se hacía, el jardín original le sería devuelto a los hombres, y el error de los primeros padres sería perdonado.
-Pero eso no ocurrió-, puntualicé innecesariamente.
-En efecto, no ocurrió-, y Rashmund sonrió con beatitud. No dejaba de acariciar el libro, -el hombre se estropeó para siempre, contra la esperanza de Dios, que nunca quiso aceptar su fracaso como Creador. Por eso ofreció este libro, como una tabla de salvación para los hombres. Pero éstos no supieron usarla. Dios no comprendió a tiempo que la tentación era más fuerte que el amor, tal vez porque no fue obra directa Suya, sino un efecto derivado de la complejidad del alma.
-¿Y qué sentido tiene entonces el libro?
Dios advirtió al depositario del Libro: ‘Si alguna cosa creada por el hombre no puede ser llamada con alguna de las palabras que hay en este libro, la maldición caerá sobre vosotros. Lo codiciaréis hasta el punto de matar por poseerlo, de mentir, de traicionar; seréis esclavos de vuestras pasiones y acabaréis por perder toda esperanza, y cuando se pierde la ilusión por la vida la muerte no es más que un trámite.
Cuando un listo enunció y puso de moda la palabra ‘globalización’ para designar la indigna explotación de los más pobres por los más ricos, la maldición cayó sobre el mundo. Me ahorraré los detalles aunque ustedes pueden imaginarlos.
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