
El otro día soñé con el fantasma de un pirata. Me extrañó al principio que luciese un sombrero blanco, tan blanco como el parche que llevaba en el ojo. Tan acostumbrados estamos a que los piratas luzcan parches negros que no caí en la cuenta de que un fantasma, aunque sea el de un pirata, no deja de ser en cierto modo la parte oculta del ser humano del que emanó, y por tanto también en cierto modo su opuesto. Así que nada más lógico que el fantasma de un pirata lleve parche y sombrero blancos. El fantasma, en mi sueño, parecía querer decirme algo, pero había algo que impedía la comunicación, bien porque él no pudiese hablar, bien porque yo no consiguiese oír. La situación se tornó angustiosa por lo duradera, demasiado para tratarse de un sueño, y temía yo que acabase derivando en pesadilla si no lo era ya, claro que el análisis de un sueño mientras lo estás soñando difiere necesariamente del que se hace despierto y a trasmano, cuando sólo se tienen los recuerdos del sueño como elementos de juicio, recuerdos que seguramente son fragmentarios e incompletos, cuando no distorsionados. El pirata –mejor dicho, el fantasma del pirata- porfiaba en querer decirme algo, tal vez avisarme o prevenirme, pero yo seguía sin entender el mensaje. Por fin desperté y pasé el día dando vueltas al enigmático sueño ¿Qué quería decirme el fantasma? A finalizar el trabajo preferí caminar hasta mi casa en vez de tomar el autobús. Al pasar frente a la puerta de una iglesia un mendigo me pidió limosna. Se la negué. Oí que me decía con voz de ultratumba “luego no digas que no te avisé”. Me volví y vi alejarse una figura extraña, no daba la impresión de ser un vagabundo. Giró un momento la cara hacia mí y comprobé que tenía un parche en un ojo, un parche blanco. Entre las manos sostenía un sombrero que bien pudiera ser de pirata.
Comentarios