
Fue a finales del siglo XVII, recorriendo la Estiria, zona de los Cárpatos por entonces perteneciente al imperio Austro-Húngaro y que se ubica al sur de la Transilvania rumana, que por una casualidad de las muchas que han salpicado -no siempre para bien- mi ya larga estancia en este mundo conocí a un viejo trotamundos como yo que me contó la historia del vampiro Nosferito. Era, me dijo, pariente lejano de Nosferatu, quien renegaba de Nosferito por sus costumbres licenciosas y su inmoderada afición al consumo de alcohol. Afición que le venía desde que adquirió la imprudente costumbre de frecuentar glamorosas fiestas que organizaban los nobles y acaudalados miembros de la alta burguesía y la aristocracia estirias, esperando camuflado la salida del palacio o del castillo de los últimos y más perjudicados asistentes para asaltarlos y morderles el cuello, bebiendo su sangre con etanol hasta ponerse él mismo tan ciego como sus víctimas.
Con el tiempo, me contó el anciano, Nosferito se fue volviendo exigente y melindroso, tal vez por contagio de sus víctimas repipis y de alto copete, y ya no se conformaba con el tipo de licor que hubiese ingerido la víctima de turno, ansiaba nuevos sabores que deleitaran su paladar o quizá un único sabor excelso, así que modificó su ‘modus operandi’ y se dedicó a secuestrar mozos y mozas del vecino poblado al monasterio en cuyas catacumbas pasaba Noferito el día durmiendo la mona dentro de un ataúd. Tras secuestrar a sus víctimas –siempre jóvenes, ya he dicho que se volvió sibarita- las obligaba a ingerir una botella de vodka y cuando se encontraban lo bastante colocadas como para ni siquiera ofrecer la menor resistencia les mordía la yugular y succionaba cuanta sangre con alcohol podía. Un día se le ocurrió que algo faltaba en su insólito cóctel y tuvo la idea de rociar sobre el cuello de la víctima, antes de morderlo, una cucharadita de sal y pimienta, lo que añadía, según me dijo el anciano que le dijo Nosferito, un punto de sabor al ya de por sí sabroso combinado sobre el que cualquier entendido en cócteles sólo hubiese podido poner objeciones al envase.
Pero el alcohol, ay, siempre pasa su factura y llegó el día en que Nosferito se levantaba al anochecer con la misma cogorza con la que se había dormido; y comenzó a cometer errores. Como le resultaba cada vez más complicado localizar la yugular de la víctima ideó una variante para sus orgías de sangre y alcohol que consistía en emborrachar a un tiempo a un mozo y una moza previamente secuestrados. Una vez borrachos de vodka y con el miedo muy disminuido por el efecto anestésico del licor los desnudaba y dejaba que la naturaleza siguiera su curso. Cuando el miembro erecto del mozo se hallaba cuajado de venas a punto de reventar, Nosferito se lanzaba sobre él y la emprendía a mordiscos y a degluciones desesperados. A veces el mozo estaba tan embriagado que tomaba por juego orgiástico la liturgia de ingesta etílica del vampiro y le entregaba algo más que sangre. Nosferito se lo tragaba todo.
En el pueblo se fue corriendo la voz del deplorable estado del vampiro y las burlas no tardaron en aparecer en forma de cancioncillas que los niños cantaban a las puertas del antiguo monasterio, avergonzando al vampiro, que tarde se dio cuenta de que, entre otras cosas, el alcohol te quita la dignidad, y un vampiro sin dignidad ¿merece seguir viviendo una vida sin fin? Un día, tras escuchar una de aquellas cancines vergonzantes, decidió quitarse la vida eterna. La canción decía:
Nosferito, Nosferito
Tu suerte tan desalmada
Te somete a hacer mamadas
Para obtener un chupito.
Nosferito, Nosferito
¿No será que la chupada
te gusta más que el chupito?
Nosferito, Nosferito
¿Un vampiro mariquito?
Esa noche Nosferito se bebió a morro una botella de vodka y se quedó dormido sobre la nieve de los Cárpatos. Los primeros rayos de la aurora lo convirtieron sin que se diera cuenta en un montoncito de cenizas. Murió al lado de una botella, pero se ahorró al menos una terrible resaca.
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