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Terrorismo de Estado

Creo con Unamuno que la justicia última es el perdón. En una instancia inmediatamente anterior estaría la justicia poética, que no por ser más lírica tiene que resultar menos eficaz. La cuestión de fondo en cualquier caso es determinar sin resquicios el concepto de justicia, y ese es un asunto pendiente en todas las sociedades, principalmente porque uno de los requisitos básicos de cualquier sistema jurídico es la imparcialidad, y quienesquiera que construyan el andamiaje legal que regulará la convivencia en un país estarán supeditados –por humanos todos y por corruptos algunos- al yugo inevitable de la subjetividad, a la rémora insoslayable de la moral de facto y a la tendenciosa presión de los plutócratas.

Luego está el problema de la interpretación de las leyes, tanto más surrealista cuanto mayor pudiera ser la tormenta que una aplicación estricta de las mismas desencadenase. En casos extremos, el problema se transforma en una negación de la existencia misma de la infracción a sancionar, bien porque los responsables políticos y jurídicos padezcan una veraz e ingenua ceguera pasajera –o permanente, que de todo hay-, bien porque opten coyunturalmente por el modelo jurídico del avestruz y entierren sus cabezas en sus hipócritas y cobardes plumajes.

Es público y notorio que Israel practica con obstinada e injustificada saña el terrorismo de Estado, aunque no lo es  menos que Estados Unidos, su ‘silent partner’ desde 1948, lo practica a mayor escala si cabe y además da su apoyo financiero y militar a los israelíes. No menos público y notorio es el hecho de que la mayoría de los países del mundo se muestra abiertamente en contra de las prácticas terroristas de estos dos países. Y tampoco es un secreto que ninguno de ellos hace algo más que emitir comunicados de condena con los que los dirigentes israelíes y estadounidenses se limpian el trasero. Israel y Estados Unidos violan, ellos solos y una por una, todas las leyes que fueron instituidas para dirimir los conflictos internacionales y asegurar un –precario pero intocable- escenario de equilibrio mundial, lo más parecido a una situación de paz que se pudo consensuar. Y ahora van y conforme se les cruzan los cables, tanto Israel como Estados Unidos montan un cristo y no hay quien les tosa, a tomar por saco las leyes internacionales, la franja de Gaza, Irak enterita y las libertades de los presos de Guantánamo.

Insisto, hay que empezar por definir y consensuar un concepto universal de justicia y enmarcarlo en un modelo jurídico respetable y respetado, pero añado que para ello es primordial que algunos de los que lo acuerden, sobre todo los más poderosos, sepan lo que firman y se comprometan a cumplirlo escrupulosamente. ¿A que soy un iluso? 

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