Dos días antes de celebrar mi Primera Comunión le arrojé un papel a una niña que me gustaba en el que garrapateé con mano temblorosa unas líneas en las que le declaraba mi amor. Después salí corriendo para no enfrentarme a la vergüenza de su desdén. Al día siguiente me confesé ante el cura párroco de todos mis pecados antes de recibir por vez primera el cuerpo y la sangre de Cristo. Con un desparpajo que pronosticaba una forma pecaminosa de entender la vida no dije ni pío acerca del episodio acaecido el día anterior. Vestido de marinero y luciendo una sonrisa seráfica recibí en pecado la eucaristía y descubrí como en una revelación que pecar era divertido. “Cristo me ha enviado un mensaje”, pensé mientras deglutía la sagrada oblea. Desde aquel momento vengo confundiendo sin apenas darme cuenta lo que está mal con lo que está bien desde un punto de vista religioso, lo que me convierte en un pecador. Bajo la perspectiva de la moral laica no soy más que un hipócrita. Según mi propio criterio, me busco la vida sin joder demasiado al prójimo. Sólo tengo remordimientos cuando alguien sale dañado, en caso contrario duermo como un querubín.
Soy reacio a la grandilocuencia porque estoy convencido de no estar a la altura de mis propios actos cuando estos pretenden ser épicos. No soy ningún héroe y me siento cómodo no siéndolo. Ser solamente humano -tal vez demasiado humano- es ya una tarea lo bastante fatigosa como para disuadirme de cualquier pretensión de gloria. Vivo como puedo, a salto de mata y evito, dentro de lo posible, frecuentar el trato con los demás humanos.
(Mi mundo es un mundo de sueños imposibles, de vientos que transportan aromas de azahar, de soles y de estrellas que cambian de color. Comparto con la aurora recuerdos de otras vidas y cada día temo un poco menos la muerte. Me ausento de mí mismo cuando el cielo se nubla y regreso cansado, feliz y sin memoria. Con muy poco me arreglo y a veces aún con menos. Mi alma sigue el rastro de oscuras golondrinas, mi mano está tendida para cualquier amigo y mis ojos se asombran cada vez que te ven.)
Comentarios
De acuerdo, ser humano es fatigoso y, a veces, doloroso, pero compensa.
Me encanta el último párrafo.