
Leo un artículo de Umberto Eco en el que distingue entre ciencia y tecnología, y subraya que la diferencia fundamental es el tiempo de respuesta de cada una. Aclarando para empezar que la tecnología es una aplicación práctica de la ciencia, un resultado, pasa a reflexionar acerca de lo mal que nos está acostumbrando la tecnología, que nos proporciona soluciones inmediatas a problemas que ella misma nos va creando. En este sentido añado de mi cosecha que los intereses de las empresas que fabrican esa tecnología tienen mucho que ver con este fenómeno de necesitar el consumidor imperiosamente y de inmediato algo cuya existencia se desconocía unas horas antes. Se induce una demanda teledirigida hacia los productos que a dichas empresas les interesa vender. La ciencia, con su cinética de galápago, no puede –ni debe, según el caso- entrar en esa dinámica de celeridad. En primer lugar porque los presupuestos son los que hay, suelen ser insuficientes y no dan para dispendios precipitados; en segundo lugar porque la burocracia que filtra el trabajo científico actúa de acuerdo con el biorritmo de los fósiles, y eso contribuye a la ralentización del avance científico; y en tercer lugar porque la misma maquinaria científica, siendo lenta por un principio de prudencia cautelar, se ha vuelto más lenta según se ha ido oficializando a través de los siglos y ha salido de las tinieblas y de las mazmorras para abanderar y constituirse en indicador de la salud socio-económico-cultural de un país.
No obstante, la ciencia es el futuro y en ella se basa el progreso de la humanidad, por lo que no le vendría mal un apoyo político y social que encauzase sin estúpidas controversias sus anunciados y prometedores logros, muchos de ellos aún en fase embrionaria o estancados en cualquier otra fase precisamente por la falta de acuerdo entre los agentes sociales sobre el verdadero papel que deseamos para la ciencia dentro del engranaje de nuestra comunidad, y sobre hasta dónde estamos humanamente dispuestos a consentirle llegar sin llevarnos las manos a la cabeza. Porque el progreso siempre ha escandalizado y sigue escandalizando. Y la ciencia, si se le da vía libre, es capaz de catapultarnos a la Luna y algún día a otras galaxias, pero también puede infectarnos con algún patógeno de transmisión invasiva y acabar de un plumazo con nuestra especie y con el planeta entero.
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