
Decía el poeta Robert Frost que ‘el cerebro es un órgano maravilloso; empieza a trabajar en el momento en que te despiertas y no deja de hacerlo hasta que llegas a la oficina’. Esto es especialmente cierto entre los funcionarios, sea cual sea su rango jerárquico, que casi invariablemente estará por encima de sus capacidades reales. La proverbial incompetencia de los funcionarios españoles (con los políticos a la cabeza), se ha vuelto a manifestar impúdicamente durante los últimos meses, cuando ya inmersos en una crisis sin precedentes –que en febrero dejó sin trabajo a más de 600.000 estadounidenses, situando su tasa de paro en un histórico 8.1%, dato revelador de la verdadera magnitud de esta crisis- se entretenían dilucidando el contenido semántico de la palabra ‘crisis’ mientras en otros países se tomaban medidas drásticas para atravesar el desierto económico sin morir en el intento.
Y es que ahora menos que nunca y por más que nos joda podemos negar que ‘Spain is different’. Su estructura económico-empresarial, altamente dependiente de la banca, es difícil de controlar por un gobierno que tanto debe a aquella. Que la primera empresa española sea un banco es inconcebible, aberrante; es como si el premio Planeta lo ganara un miembro del jurado; y que el señor Botín posea una de las mayores fortunas de España equivale a que un árbitro de fútbol cobrase más que Raúl. Los bancos se concibieron con el objetivo de resguardar los depósitos de los ciudadanos y financiar la creación y el crecimiento del tejido empresarial de los países, su función es administrar y prestar dinero, no especular con él. En España –y también en otros países, aunque con menos impunidad- a los banqueros les dio por a jugar al monopoly y se han hecho con el control de la mayoría de las empresas estratégicas. La banca española se extralimita sin que los políticos se atrevan a hacer nada al respecto; y encima, ahora se quedan con el dinero que se ha puesto en circulación para paliar los efectos de la crisis y a cambio sólo reciben alguna que otra reprimenda ocasional del poder ejecutivo, que no es más que un ruego disfrazado de reproche de cara a la galería (un 'porfa, no seáis así, jolines, echadnos un capote una vez más), aunque no haya quien se lo trague. Lo único bueno de crisis como esta es que a muchos responsables políticos ya no es que se les vea el plumero, sino que muestran sin pudor su verdadera naturaleza de plumíferos patosos, pertenecientes a la familia de las gallináceas.
En tiempos de adversidad extrema, de crisis excepcionales, hay que dejar a un lado el manual de instrucciones y recurrir a la imaginación para encontrar soluciones singulares, pero ¿cómo sacar agua de un pozo seco? ¿Ideas de un cerebro con encefalograma plano en horas de oficina? ¿Coraje y vergüenza de un atajo de cobardes y de arribistas? Además, es imprescindible, para evitar que situaciones indeseables como la que ahora vivimos se repitan, al menos con tamaña magnitud, consensuar cuanto antes unas bases de funcionamiento futuro que no se sustenten en prioridades a corto plazo, que no son sino pan para hoy y hambre para mañana, como ha quedado más que demostrado a lo largo del siglo XX. No sabía John Maynard Keynes el daño que hacía cuando pronunció aquella famosa frase en la que resumía su aversión a los remedios cortoplacistas: ‘A largo plazo todos estaremos muertos’. Usted sí, señor Keynes, y toda su generación, pero se olvida de que la Historia de los países la conforman una sucesión interminable de generaciones, y las generaciones herederas de la suya estarían orgullosas de poder legar a las posteriores un mundo mejor del que recibieron.
En España, los políticos responsables del gobierno económico, se han equivocado a menudo, como el propio Keynes, pero a diferencia de este, ellos no se han atrevido a emprender medidas económicas impopulares que serían castigadas por los votantes, pero que aliviarían las penurias del país, a pesar del pasajero descontento de los ciudadanos. Los políticos españoles valoran a los ciudadanos por su cualidad de votantes, de peldaños para trepar hasta la cima de la escalera del poder. Una vez allí, a los votantes que les zurzan…, al menos hasta las siguientes elecciones. A eso se le llama manipulación y para manipular, nuestros políticos y administradores mienten, falsean, desfalcan y prevarican.
España es un país cuyos políticos siempre han tenido fama de incompetentes; creo que está muy claro que además son unos sinvergüenzas. Estoy por pensar que en este país los únicos que tienen vergüenza son las putas y algunos toreros. Al menos las putas nos informan de cuánto nos van a cobrar por jodernos; y los toreros, cuando no les cuadra el toro, no tienen reparo en dejarlo vivo y salir de la plaza entre pitos y lluvia de almohadillas, sin importarles mucho ni poco si el público les dará un voto de confianza e irán a verlos torear la próxima corrida. Eso sí, lo mismo que los políticos, tienen mucho cuidado de que no los pille el toro, aunque a diferencia de estos, asumen las consecuencias de sus actos con vergüenza torera.
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