
Que la guerra de Iraq es una guerra del petróleo parece bastante evidente incluso para quienes prefieren engañarse a sí mismos, que suelen ser los más hondamente engañados. El control político de Oriente Medio ha sido una de las prioridades estratégicas de los Estados Unidos desde antes de la Segunda Guerra Mundial. Su señorío sobre los países productores de petróleo de la zona, hábilmente disfrazado de alianzas, acuerdos de cooperación o cualquier otra sutileza retórica que el gabinete estadounidense esgrimiese para despistar al personal, es una tiranía 'de facto' y profundamente hipócrita, porque para conseguirla no sólo se ha mentido con desfachatez sino que además se ha hecho apelando a los valores morales que tan a gala tienen los norteamericanos y por mor de los cuales se han creído históricamente legitimados para ejercer el liderazgo mundial; y también por el insensible desprecio por las vidas de millones de personas puestas en grave peligro que este comportamiento tiránico demuestra. Un breve repaso a determinados acontecimientos acaecidos el pasado siglo nos basta para ilustrarnos acerca del alcance de la bellaquería de los políticos estadounidenses cuando maniobran para mantenerse en la cima del poder mundial. Han apoyado revoluciones en países tercermundistas que se resolvieron con el gobierno detentado por criminales de peor calaña que los ilegítimamente destituidos; han alimentado regímenes absolutistas con el sólo fin de asegurarse una estabilidad social en la zona, aunque haya sido a costa de miles de muertos y desaparecidos; se han valido fraudulentamente de los conceptos ‘democracia’ y 'libertad' para justificar intervenciones armadas injustificables en países soberanos que en nada les perjudicaban, pero que adolecían del grave defecto de poseer yacimientos petrolíferos y al parecer también -y esta era la justificación oficial para intervención militar- de una preocupante falta de información sobre libertades sociales y gobiernos progresistas, defecto este que los arrojados marines primero y las hienas diplomáticas a continuación –y siempre con la CIA de por medio- se encargaron de subsanar, arrasando primero la estructura putrefacta de esos países y construyendo luego a medida un nuevo armazón social mucho más sólido y eficaz que el anterior, al menos para los estadounidenses, que garantizase la paz interior –a cualquier costa, no sea que una revolución inesperada les torciera los planes- y muy especialmente la sumisión del nuevo gobierno a los mandatos de Washington.
Pero ahora el Imperio tiembla. La pandemia económica y la creciente relevancia geopolítica de países con un enorme potencial de crecimiento que casualmente no temen al lobo feroz, especialmente China e India, han ahogado en las gargantas los gritos de júbilo de millones de ilusos por la recién estrenada presidencia de un singular y prometedor político que ha llegado en el peor momento. Aunque hay que apuntar en su 'haber' que ya se ha mojado sin pensárselo dos veces: reforzando personalmente alianzas imprescindibles -aunque algo oxidadas- con países de comportamiento ambiguo como Turquía, a quien ha nombrado ‘Embajadora de Occidente’ en los países árabes; promocionando la imagen de una supuesta ‘Nueva América’ a la que ha prestado su rostro a la manera de las 'top models' con las marcas de perfumes; y prometiendo la retirada de las tropas americanas de Iraq en 2011 -aquí ha echado el resto-.
Occidente tiene puestas sus esperanzas en este nuevo presidente, y a él se agarra como a un clavo ardiendo, porque es que no hay donde agarrarse aparte de a sus aún inciertas directrices políticas,y las primeras que acometa serán delicadísimas porque tal vez condicionen la hegemonía futura de Estados Unidos y por consiguiente el actual orden mundial. Y como 'in God you trust', Obama, hazlo también y por si acaso en Alá y en Buda, y consulta por precaución a los chamanes de las tribus aborígenes de tu tierra, cualquiera que esta sea, porque de ti sólo depende en estos momentos que no se nos caiga a todos el kiosko encima.
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