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Tiempo


Atrapado entre dos instantes de mi vida, siento que estoy viviendo dentro de un paréntesis, de un inciso en el tiempo, de un intermedio entre dos actos de mi propia tragicomedia. Nada percibo a través de los sentidos, que parecen haber dejado de funcionar temporalmente; no estoy para nadie: cerrado por reformas, vuelvan otro día, otro siglo, déjenme vegetar en tranquilidad. No distingo la vigilia del sueño, a veces creo que despierto cuando en realidad acabo de dormirme, y dormido sueño que me duermo para acabar despertando. Con el paso de los días, la realidad va perdiendo sus matices y se desdibujan los recuerdos, trastocando el orden de los acontecimientos y mezclando pasado con futuro en una suerte de tiovivo con espejos y luces de colores donde todo suceso no es más que el reflejo de sí mismo y toda verdad su propia sombra. Nado entre dos aguas, zigzagueando como el destello plateado de un cardumen, buscando una corriente propicia que me restituya a un tiempo y a un universo inmutable y seguro. Dudo de todo y a todo me aferro, aunque nada me sostiene. Soy intemporal como la lluvia y me siento cansado de la nada, del vacío, del destierro. El viento del sol acaricia mi piel salpicada de llagas que brotan del alma atravesándola. Corro sobre la arena de esta playa de náufrago donde me han arrojado las olas del invierno, gritando en vano mi propio nombre, desgarrando mi garganta con el esfuerzo del grito animal que me llama sin respuesta. Ayer fue lunes otra vez. Y sigo aquí. Y nada es lo mismo, pero todo permanece igual. Y continúo atrapado, sin poder hacer nada, entre dos instantes de mi vida, de esta vida que avanza ya sin mí por los vericuetos insondables del tiempo, de un tiempo que no me pertenece y que me arrolla, insensible, con su trac-trac de locomotora. Testigo mudo de mi propia disolución e incapacitado para evitarla, apenas me quedan ganas para arrepentirme, único gesto sincero que brota de mis llagas; ni siquiera espero que me asista la esperanza, y sólo el olvido se hará cargo de mis despojos, y el alivio llegará cuando ya no esté, como el tren que pierdo cada lunes, como la llama de una vela bajo la tormenta, como mi propia imagen en un espejo roto en mil pedazos, como el alimento de los desposeídos y el letargo de las tardes de verano lluviosas. Un frente de dolor aparece en el horizonte y ensombrece con su duda y con su miedo cuanto cubre, con la eterna duda de la incertidumbre y el miedo arcano de lo irracional. Pero todo sigue igual, aunque nada permanezca al cabo. Sólo el tiempo imperturbable y quizás unas gotas de rocío resbalando por la frente de mi estatua que no se me parece eternizada sobre su sombra, abandonada a la furia de los elementos que la desprecian. Y cuando ni la memoria guarde rastro de mí, yo estaré a salvo, con los míos, en mi propia tierra y en otro tiempo que corra a mi favor. Y estaré, por fin, vivo.

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