
Es para mí una dolorosa obligación escribir unas líneas en memoria de Luis Recuenco Bernal, Luigi para los amigos, una pequeña aunque selecta legión de la cual yo mismo formaba parte y era para mí –todavía lo es- un verdadero privilegio. Somos muchos los que lloramos hoy su lamentable pérdida, en especial aquellos que además de su inestimable compañía, echarán en falta con su temprana ausencia otros dones que tan dadivosamente supo repartir nuestro querido Luigi mientras vivió; entre esos inconsolables deudos se encuentran varios camareros, un par de novias simultáneas que, sin duda por descuido de nuestro añorado amigo sólo durante su entierro tuvieron oportunidad de conocerse, y al empleado que gestionaba su siempre pendiente deuda bancaria. No voy a extenderme sobre sus múltiples habilidades artísticas, sólo equiparables en calidad y cantidad a sus carencias profesionales, pero todos sabemos que era un espíritu libre e inquieto que hallaba más gozo departiendo con las musas que atendiendo prosaicamente el pago de las facturas. Sólo una meta tuvo en su vida: convertirse en escritor y vivir del cuento (narrativa breve, se entiende). Para ello no dudó en leer cuantos libros caían en sus manos, generalmente prestados por amigos a quienes Dios se los pagará un día u otro, y en escribir cada día, sin esperanza ni desesperación, como decía Isak Dinesen, para solaz de cuantos se prestaban a leer con deleite sus escritos, generalmente labriegos sin estudios de su pueblo, y el señor alcalde, por supuesto, que se los hacía leer por su esposa, que había culminado con brillantez la primaria.
¡Qué gran ingeniero estaría hoy llorando este país si sus inclinaciones literarias no le hubieran apartado del sendero universitario! En cambio, ¡qué gran poeta podremos echar de menos en cuanto descubramos donde diablos escondió sus poemas! Vivió por y para la literatura y renunció a todo con tal de cumplir lo que él llamaba, modestamente, su misión en este mundo: ser el nuevo Cervantes, pero con los dos brazos. Renunció, y de ello podemos dar fe los íntimos, incluso a trabajar para ganar un sueldo con que sustentar su genio creativo, un mísero y mercenario sueldo, como él mismo nos decía cuando el hambre o el cobrador del frac le obligaban a recurrir a la caridad de sus más allegados, que nunca lo dejamos en la estacada a pesar de que en los últimos tiempos nuestras respectivas actividades laborales nos impedían atender sus ruegos con la prontitud y frecuencia que él reclamaba.
Además de por la literatura, todos recordaremos a Luigi por sus actividades deportivas, que siempre practicó con ahínco y constancia, y estamos seguros de que de no haber sido por aquellas inoportunas lesiones que tanto le fastidiaron acaso su carrera deportiva habría sido tan fecunda en premios y reconocimientos como la literaria. Pensándolo mejor, de hecho lo fue.
En fin, qué más podría añadir en loa de tan insigne amigo y maestro de letras. Tal vez sólo desearle que disfrute tocando el arpa en el más allá como hizo con las narices de sus incondicionales en el más acá y rogarle que se olvide de aquellos trescientos euros que alguna vez estuve tentado de reclamarle.
Descanse en paz, como haremos nosotros a partir de ahora.
Comentarios
In pulveris revertis.
Un abrazo.