El mundo se conduce según sus propias reglas telúricas e indescifrables. Nuestros intentos vanos por asumir el control de los acontecimientos rozan lo obsceno, por imposibles y por insensatos. Los animales que hemos catalogado de irracionales saben por instinto lo que está bien y lo que está mal para sobrevivir, que es su única meta. Nosotros, que perdimos el instinto en algún momento de nuestro proceso evolutivo, somos pretenciosos e insensatos, y nos estrellamos de continuo con un sistema precognitivo e imprevisible que nos supera, del que no sabemos nada, ni su principio ni su incierto sentido, sólo intuimos su posible final, y ni eso es del todo seguro. Pero seguimos sintiéndonos el ombligo de lo desconocido, pensando estúpidamente que somos la culminación y el fin de cuanto existe, prisioneros de nuestra soberbia y de nuestro antropocentrismo descerebrado, necio y temerario. Seguimos sin sacar conclusiones de la historia convencidos de que el rápido progreso de los dos últimos siglos nos encamina hacia la dominación del destino, y que ese dominio nos librará de los miedos y las miserias que han acechado y acechan tras el tiempo imperturbable e inmisericorde, tras cualquier instante inesperado que siempre nos espera a todos, a unos antes y a otros más tarde, pero nadie avisado de antemano. Quimeras que queremos creer para convencernos de que podemos remediar lo irremediable, lo sempiterno, lo fatídico. Somos criaturas ilusas que sustentan su futuro en ilusiones que nunca son ciertas. Y así vamos tirando. Nuestra historia es la historia de un perpetuo engaño y ni los más desengañados pueden enseñarnos la verdad: que todo es pura irrealidad porque la realidad nos ha abandonado desde nuestros inicios y jamás la volveremos a recuperar.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
Comentarios
El otro día me dijo una amiga:
-La gente vive de ilusiones.
Y tuve que resignarme a responderle:
-¿Y por qué no? ¿Es que existe otra cosa?
Un abrazo
P.D. Voy a ver cuando encuentro un ratito para leer tus relatos en Letralia, ¿sabes que a mi también me han publicado poemas?. Claro con mi verdadero nombre Pepa Mas Gisbert.