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Sony Maxwell

El despacho de Sony Maxwell se encontraba en la penúltima planta de un altísimo edificio de oficinas. La decoración era ecléctica: cabezas de animales exóticos colgaban de las paredes con ojos abúlicos, bustos de mármol y lienzos de diferentes épocas y estilos salpicaban al buen tuntún espacios vacíos en suelo y paredes; en un rincón, un trenecito eléctrico daba vueltas a un circuito de railes y emitía un largo pitido de cuando en cuando; sobre la mesa de caoba una barby vestida de rosa sonreía estúpidamente.

Sony abarcó la inmensidad del despacho en un gesto que imitaba a un torero brindando el toro al público.

-Todo esto es mi mundo -dijo con una sonrisa excesiva en la sobresalía un colmillo de oro-. Soy una persona de gustos simples, odio la variedad-

Saltaba a la vista que el señor Maxwell no dominaba el arte de la congruencia.

-Gracias por acceder a presentarme al señor Mad, querida Madison. Ya iba siendo hora, ¿no cree usted? -volvió hacia mí su sonrisa de hiena de familia bien y me deslumbró con el reflejo luminoso del colmillo. Era una pregunta retórica porque se dio la vuelta y se dirigió, ante mi sorprendida mirada, a un minibar escondido tras lo que parecía ser la puerta de una caja fuerte. Yo estaba convencido de que se hacía al revés y que era el minibar lo que debía servir para esconder la caja. No saques conclusiones, Ben, me dije, qué sabes tú de las costumbres de la gente pudiente.

Aceptamos, Madison y yo, las copas de champán que nos sirvió nuestro generoso anfitrión, y las levantamos junto con la suya cuando propuso brindar 'por nosotros', no sé si refiriéndose sólo a las tres personas que estábamos en aquella habitación o incluyendo también a los animales y a la Barby.

Aquella mañana, después de desayunar y ante la catarata de preguntas que le cayó encima, Madison decidió que era mejor que conociese a la persona que la había contratado y que estaba en mejor disposición que ella para dar respuesta a mis preguntas.

-¿Cree usted en lo absoluto, señor Mad? -me espetó Maxwell mirándome a través de su copa de cristal vacía, que deformaba su ojo de una manera absurda y lo hacía compatible con su inmaculado colmillo de dorados reflejos.

-No entiendo.

-Pues mi padre, el famoso abogado Andrew Maxwell, decía que su abuela de usted era una mujer absoluta; lo repetía cada vez que hablaba de ella: una mujer absoluta. ¿qué le parece? Claro que mi padre era muy dado a los calificativos rotundos; de mí decía, por ejemplo, que era un perfecto gilipollas, lo decía de un modo cariñoso, ya se figurará, y yo me reía de su ingenioso modo de ser didáctico conmigo, me reía cada vez que me llamaba gilipollas para animarme, para hacerme comprender el esfuerzo que requiere ser un tipo listo como él, un triunfador. Lo que soy lo soy gracias a él, aunque debo confesarle que muy bien, muy bien no sé qué soy, aparte de abogado, claro está. Pero eso forma parte del misterio de la vida ¿no cree?

-¿Ser gilipollas o ser abogado?

-Me refiero a ignorar lo que en esencia se es. Yo una vez tuve un destino, me lo leyó una gitana en la palma de mi mano, me lo dijo y no quiso cobrarme, ¿qué le parece? Y aquí sigo al pie del cañón, burlando aquel destino adivinado e ignorante de qué soy. ¿Sabe usted qué es lo que es usted, por un casual?

-Un barco cargado de preguntas en busca de un puerto amigable que me permita partir cargado de respuestas.

-Pues no está nada mal para un loco, si me permite la expresión. Madison, aquí, nuestro amigo, resulta que es un poeta. Pero vayamos al grano, si le parece. Usted quiere respuestas, tal vez yo pueda ayudarle. Yo contraté a Madison para que le salvara la vida, para que le protegiera de quienes quieren lo peor para usted.

-¿Y quiénes son?

-Preguntas, preguntas y más preguntas. Debe usted aprender a tener paciencia, Benjamin, ¿me permite que le tutee? Usted también puede hacerlo. No preguntes si no estás seguro de poder soportar la respuesta, solía decir mi padre. Cuidado con lo que preguntas porque tal vez mueras por la boca, como el pez. Paciencia, Benjamin. Tu abuela, que en gloria esté, te daría el mismo consejo. ¿Otra copita?

Cada vez me sentía más aislado, ajeno a cuanto me sucedía (que no era poco), perdido y sin rumbo en un mundo hostil lleno de locos sin recluir. ¡Cuánto echaba de menos el manicomio!

Jodida soledad.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Me alegro de que sigas, aunque menos continuado de lo debido. Este me ha gustado mucho, porque da la sensación de que estás más centrado y metido en la historia. No lo dejes, porque puedes volver a perder el centro.

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