La curiosidad por los asuntos de una comunidad que casi todos sus miembros siempre han mantenido ha constituido una de las bases grupales para el desarrollo de las sociedades. Bien sea canalizado por cauces de creatividad más o menos individual, o bien orientado a una promesa de beneficio futuro basada en la conjunción de esfuerzos hermanados, esa innata curiosidad de los individuos ha posibilitado los resultados parejos o dispares, benéficos o perjudiciales, útiles o prescindibles que sustentan la base de lo que denominamos progreso. Un grupo especialmente significativo por lo que al régimen de la comunidad atañe es el de los políticos, personas consagradas a establecer los modos y los métodos con los que la sociedad ha de basar su convivencia y su posterior desarrollo.
Los políticos determinan con el consenso periódico del resto de los ciudadanos (en sociedades con regímenes democráticos) la evolución de la comunidad, tanto en buenos como en malos tiempos. Cuando las cosas van bien no suele haber desacuerdo entre los estamentos sociales y los políticos. Pero cuando el panorama se pone feo, las tensiones son inevitables. Esas tensiones son, por otra parte, fundamentales para mantener viva una llama sociopolítica que debe alumbrar, igual que un faro, un determinado rumbo a seguir para evitar un adormecimiento social que podría suponer un peligro para el futuro de la sociedad. El problema serio siempre surge cuando las tensiones sociales cristalizan en serios cismas estamentales o, peor aún, en desidia generalizada de la ciudadanía. Este último fenómeno es muy reciente en las naciones desarrolladas y nace de la ilusión colectiva de que existe una suerte de 'varita mágica' que en último término pondrá fin a las calamidades colectivas con la invocación in extremis de una solución definitiva que nos salve de toda catástrofe, igual que un mago que saca un conejo salvador de su chistera.
No es mi propósito ni mi capacidad entrar a considerar los derroteros mentales que llevan a toda una colectividad a suponer semejante disparate. Sí me alarma, y mucho, que sobre todo los políticos, referentes y guías de la sociedad, lleguen a creer tal dislate. Y que esperen mano sobre mano a que una solución redentora les saque del atolladero a que ellos mismos se han condenado por incompetencia. De momento, la solución provisional la van proporcionando otros políticos menos mentecatos. La cuestión es: ¿Qué ocurrirá cuando todo dependa de un solo político, o un solo mentecato? ¿Y si el futuro es ahora?
Comentarios
Me alegra "verte".
Un abrazo.