Las interpretaciones que las personas hacemos de los hechos, de las situaciones que tal vez por repetidas adquieren una entidad concreta para nosotros, y siempre la misma entidad porque no hay tiempo ni ganas para sopesar cada acontecimiento trivial en nuestras vidas, esas valoraciones son las que acaban por convertirse en la verdad individual de cada uno de nosotros. La realidad es compleja y difícil de someter a un dictamen unívoco, universal. Se me ocurre que si alguien le preguntase a Pinocho sobre su interpretación del crecimiento de su nariz cuando falta a la verdad, él, Pinocho, muy bien pudiera responder que dado el precio de la madera de roble mentir es un negocio rentable.
Es una mera cuestión de perspectiva. Si, por poner otro ejemplo, alguien viese en repetidas ocasiones a un anciano ciego acompañado por una linda jovencita mostrándole a cada paso el camino para evitarle accidentes, podría pensar con lógica que la chica pertenece a una organización altruista que ayuda a los desfavorecidos. Pero tal vez el anciano esté forrado de millones y ella se prendiera de él al primer vistazo -de su carterilla- y ahora conforman un matrimonio muy bien avenido, tanto más cuanto mayor sea la predisposición del anciano invidente a sacar sus visas y sus americans a capricho de la guapa esposa enamoradiza.
Pero esto no es lo normal, digo sacar conclusiones lo más objetivas que seamos capaces respecto a sucesos más o menos cotidianos. Por desgracia, la norma es que obedezcamos al miedo que nos anega cuando contemplamos esos hechos más o menos cotidianos y nos salgamos por la tangente de lo opinable para refugiarnos en nuestro templo de verdades y certezas donde siempre estaremos seguros y, por supuesto, no tenemos que opinar porque todo es como debe ser. Porque, es una pena pero es cierto, tenemos miedo,mucho miedo, y más cuanto mejor ubicados estamos en el caprichoso mosaico de la vida, ya que hay también más que perder.
Tal vez sea esa insensibilidad con que atravesamos los asuntos más hirientes para unos pocos -pero no para nosotros- el rasgo grupal por excelencia de nuestra sociedad opulenta. De resultas de ello, cada día crece el número de parias sin derechos reconocidos y sin probabilidad de ser merecedores de ellos, y la pobreza extrema monta su tienda de campaña en nuestra cocina -qué falta de decoro- y nos ensucia con su mugre, sin duda congénita.
Pero algún día esos alienados querrán parte de nuestra riqueza porque seguramente se la merecen, y se armará la de Dios es Cristo. Para cuando eso ocurra sería conveniente que nos pertrecháramos de un modo inteligente. Abastecerse de tiendas de campaña no sería un mal comienzo.
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