Hay una especie de obsesión con los cuerpos de las personas muertas, sobre todo cuando la muerte ha ocurrido en circunstancias violentas y el cadáver no aparece. Los familiares afirman invariablemente que no podrán descansar hasta que el cuerpo muerto de sus ser amado descanse a su vez en paz, dándole adecuada sepultura y oficiando los ritos pertinentes para garantizar su eterno descanso, aunque lo que recuperen del cadáver solo sean unos huesos cubiertos de jirones de piel muerta. El cuerpo, que tanto condiciona la vida de la persona, pierde toda entidad humana en la muerte, y por más que las religiones o supersticiones hagan creer lo contrario, no es más que despojos sin vida que en nada se diferencian de los de un gato muerto. Rendir honores a unos restos ya inhumanos es ridículo y sólo se explica por el afán de creer en una vida posterior a la que nos toca vivir aquí, aunque nunca haya habido constancia e esa otra vida de ultratumba. La esperanza frente al desencanto siempre ha sido motivo de culto, pero la fe siempre termina con la muerte, igual que todo lo demás. Aunque, por supuesto, si estoy en un error me encantará discutir en el 'más allá' sobre los motivos que llevan a los que todo lo saben a mantenernos en la más absoluta ignorancia en el 'más acá'. Sospecho que podría tratarse de una burla más cercana a la tortura que al regocijo de esos -Dios me perdone, si existe- hijos de la gran puta.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
Comentarios
Respuesta: Si de verdad puediera verlo y hablar con él, iría.