Decía Gómez de la Serna en una greguería que 'el hielo llora de frío', y condensó en una metáfora lírica toda una teoría de las emociones. El lenguaje es un instrumento asombroso porque es un arma y un arte, un medio y un fin, una totalidad abrumadora sin la que las personas no lo seríamos del todo. Los grandes manipuladores de masas siempre han sido unos peritos en vocablos, conocedores no tanto de los entresijos de la retórica como del poder casi absoluto de la misma si se maneja sin pudor y sin contemplaciones. Demóstenes y Cicerón fueron grandes excepciones, oradores de raza que supieron jugar con genialidad el juego de las palabras para persuadir convenciendo con argumentos sin trampas. Los demagogos contemporáneos omiten por ignorancia la lógica sincera y llana de la persuasión y recurren al efectismo para conseguir los mismos fines, apelando casi siempre a un emotivismo y a una iracundia populistas que confunden o intimidan al personal y suplantan a través de la sensiblería o el miedo la contundencia de la razón. Pero también, al mismo tiempo, la palabra puede ser bella y consoladora, tierna y terapéutica, un medio de amistad y de amor. El punto 'G' de las personas suele estar en el interior del aparato auditivo y a través de las orejas se las puede conquistar sin que medie propósito espúreo y sin otro fin que la pura emoción de la belleza del instante, que es el afán último de la poesía. 'El hielo llora de frío', dijo Gómez de la Serna, y consiguió enternecer sin recurrir a un discurso revenido a quienes sabemos que el frío de las lágrimas es el más helador de todos. La palabra por la palabra, sin otro propósito que su significado desnudo, es la más altruista, la más bella de las acciones, porque es dejar adrede sin munición el arma más peligrosa de que disponemos para convertirla, ya despojada de su perversidad, en pañuelo para secar nuestras lágrimas frías, en un medio de misericordia tan necesitado por tantos, en un último consuelo.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
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