Como
no puedo dormir -para variar- y en este hotel de Roma solo puedo ver
una cadena en español que no para de comentar la noticia del
referendo convocado por el mandatario griego Papandreu no he podido
evitar formarme una opinión. El órdago de Papandreu es tan
obviamente falso, tan suicida, que solo puede tener una explicación:
asustar a su propio pueblo. Si los griegos comprenden que solo el
rescate europeo les puede salvar a pesar del esfuerzo que se les
exige, elegirán Europa. Y su primer mandatario tendrá a la fuerza
el beneplácito de su pueblo. La maniobra es arriesgada y
cuestionable, además de audaz, pero es un intento político de baja
estofa al que no le faltarán politólogos defensores de su
excelencia. Así es la política.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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