Es
difícil acostumbrase a dejar de ser joven, porque joven es lo que
uno ha sido toda la vida. La frase es de Oscar Wilde, que como murió
joven no tuvo tiempo para cosechar el fruto de su ingenio. ¿Y lo
deseaba? Ni puta idea, porque al carecer de ese envidiado -no cabe
duda- y endiablado reflejo intelectual no puede uno -seguro que sí
otro- tener la seguridad de si hablaba el hombre por experiencia
propia -dudoso, murió relativamente joven- o si brindaba otra de sus
frases a la posteridad. En cualquier caso, él fue joven toda su
vida. Porque su talento no fue concebido para durar más que su ardor
juvenil. Y porque los genios deben morir a tiempo. Hay que saber
cuándo morir, y si no se sabe reconocer la fecha con exactitud,
tratar de no morir el día de antes.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
Comentarios