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Steve Jobs


Steve Jobs, CEO de Apple recientemente fallecido, pasará a la historia no solo por haber creado un mercado para el ordenador personal (PC) en el que nadie creía hace treinta años (me atrevo a decir que ni siquiera Bill Gates) sino sobre todo por haber convertido en indispensable un artilugio, el ipad, cuyo incierto fin va muy parejo a la escasa pericia con que sus poseedores lo manejan. La magnitud de Jobs como gurú de las computadoras al principio de su carrera, y como visionario del cosmos de internet después, será dimensionada por el tiempo que no me cabe duda de que le otorgará un lugar en el olimpo de los genios. Quien esto escribe ha sido un seguidor de la trayectoria profesonal de Steve durante los últimos 30 años. Leyó en su momento -junto a posteriores pseudobiografías del gran empresario, el libro “De Pepsi a Apple”, de John Sculley, quien ya consideraba, contando Steve con menos de treinta años, que había generado material suficiente para un libro. Lo cierto es que Steve siempre fue tema para un libro, como lo habría sido cualquier genio controvertido. Hablamos de alguien con muchas similitudes con Edison, pero con mayor dominio del marketing. Para mí, 'mackero' -o maquero, es decir, fanático de los ordenadores de la marca Apple, los Mackintosh- devoto desde hace décadas, su salida de Apple en los ochenta -con el posterior hundimiento de la compañía- y su muy deseada vuelta en los noventa -con el entronamiento casi inmediato de la marca- supusieron para Steve Jobs la instauración en el mercado y en las vidas de sus incontables seguidores, no solo de las pautas estrafalarias y geniales que marcaron su peculiar liderazgo sino también el establecimiento de una relación personal con la empresa de su alma que han trascendido las leyes del intercambio comercial para tomar sitio con pleno derecho en el terreno de las pasiones, consagrando el triunfo de un superdotado capaz no ya de intuir – o de moldear, sobre este aspecto habrá siempre debate- las apetencias del consumidor, sino de convencerlo de que aquello que él mismo deseaba era digno y conveniente de ser deseado por todo el mundo. Una mente y un carácter capaz de manejar la opinión de los demás a su antojo, como sólo algunos elegidos en al Historia han sido capaces, debe ser objeto de estudio e inevitable culto. Alejandro convenció a sus generales de la conveniencia de conquistar la India, en contra de la convicción íntima de estos de la esterilidad del propósito. Jobs ha intrducido el ipad en al cartera de los ejecutivos y mandatarios del mundo, ipads que acabarán en el baúl de los trastos mágicos que nunca tuvieron una utilidad clara. Por el camino han quedado los ipods e iphones -nuevos paradigmas de la interacción virtual que ha calado en la inmensidad de la juventud y en la casi totalidad de la madurez snob y pudiente-, la revolución del mercado online de la música, y por supuesto los clásicos Macs, ordenadores personales de culto cada vez más extendido y que al final parece que van a ocupar el sitio que les fue arrebatado por el taimado Bill Gates. (Aunque parece ser que la falta de escrúpulos es algo de lo que adolecen muchos genios.)

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