Hoy ha sido un mal día. He madrugado,
he tomado un desayuno indigesto, he resuelto con mucho esfuerzo
asuntos mañaneros sin duda concebidos para amargarme el día; he
tomado un almuerzo suculento que me ha sentado como un tiro; la
siesta, como siempre, ha sido un infierno; y solo una tarde de
agradable esfuerzo personal sin sentido práctico -no entraré en
detalles- me ha deparado la ilusión de una velada nocturna en la que
una cena compartida con una chica joven y bella que quiso para los
postres reservarme una sorpresa 'íntima' en un recóndito lugar
donde, si accedía a acompañarla, me desvelaría los arcanos
secretos del éxtasis sexual, consiguió animarme. Pero a los postres
estaba reventado y con la libido en las antípodas gracias a un plato
innovador a base de seso de cangrejo y criadillas de búfalo que me
desinfló la moral. Mi bella acompañante se fue diluyendo ante mis
narices por los efectos de un vino cosecha del 54 que me transportó
a una época sin duda excitante pero de costumbres incómodas de
mantener en un restaurante postmodernista situado en el culo del
mudo. La acompañé anhelando una promesa erótica que me
arreglara el día. El apartamento de diseño me mareó. El chulo de
la simpática chica hizo el resto. Estoy muerto y además jodido. Hoy
ha sido un mal día.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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