Un actor metido a político dejó dicho
en una breve entrevista sobre lectura que realiza cotidianamente un
períodico nacional que el libro que más le había impactado era uno
de “un escritor muy bueno” que iba sobre pintura. Concreto no fue
el entrevistado, pero no me cabe duda acerca de su convencimiento de
haber salido airoso del trance. Mismo períodico, misma sección, y
ahora una joven actriz: “¿Mi lectura pendiente? El Quijote, por
supuesto, pero con el poco tiempo que una tiene y lo grueso que es el
libro...”. Uno se pregunta si esas breves entrevistas no serán una
sutil estratagema pergeñada por el periódico para dejar en ridículo
a sus entrevistados, casi siempre actores o actrices, artistas al fin
y al cabo, y todo artista, es de rigor, debe poseer una opinión muy
sólida sobre cualquier aspecto del universo artístico, cuánto más
de literatura, epítome y emblema del Arte en nuestros días. Basta
con que una opinión sea compartida por unos cuantos individuos a los
que nadie se atreve a poner en duda para que se eleve a la categoría
de axioma social y quede a salvo de cualquier controversia. Abrazada
por todos, esa verdad ya indiscutible -¡hay que leer!, en este caso- queda grabada a fuego en el
intelecto colectivo hasta el punto de que muchas personas -sobre todo
las pertenecientes al muy variopinto estamento artístico- no dudan
en mentir descaradamente para no quedar mal ante la “opinión
pública”, para no quedar en entredicho, para dejar claro que lo
suyo es “el arte”, "el mundo de la cultura". Es relativamente fácil para los 'muy leídos' dejar en
evidencia a 'los impostores' de la lectura, a esas personas que
hacen como que saben de lo que hablan sin haber leído en realidad
más allá de un par de best sellers en toda su vida. Lo que ocurre
es que a esos pretenciosos sólo los ven desnudos, como en el cuento
del rey, los que de verdad leen. El otro noventa por ciento de la
ciudadanía llegará incluso a pensar: “Hay que ver lo cultos que son estos
artistas”.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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