Un actor metido a político dejó dicho
en una breve entrevista sobre lectura que realiza cotidianamente un
períodico nacional que el libro que más le había impactado era uno
de “un escritor muy bueno” que iba sobre pintura. Concreto no fue
el entrevistado, pero no me cabe duda acerca de su convencimiento de
haber salido airoso del trance. Mismo períodico, misma sección, y
ahora una joven actriz: “¿Mi lectura pendiente? El Quijote, por
supuesto, pero con el poco tiempo que una tiene y lo grueso que es el
libro...”. Uno se pregunta si esas breves entrevistas no serán una
sutil estratagema pergeñada por el periódico para dejar en ridículo
a sus entrevistados, casi siempre actores o actrices, artistas al fin
y al cabo, y todo artista, es de rigor, debe poseer una opinión muy
sólida sobre cualquier aspecto del universo artístico, cuánto más
de literatura, epítome y emblema del Arte en nuestros días. Basta
con que una opinión sea compartida por unos cuantos individuos a los
que nadie se atreve a poner en duda para que se eleve a la categoría
de axioma social y quede a salvo de cualquier controversia. Abrazada
por todos, esa verdad ya indiscutible -¡hay que leer!, en este caso- queda grabada a fuego en el
intelecto colectivo hasta el punto de que muchas personas -sobre todo
las pertenecientes al muy variopinto estamento artístico- no dudan
en mentir descaradamente para no quedar mal ante la “opinión
pública”, para no quedar en entredicho, para dejar claro que lo
suyo es “el arte”, "el mundo de la cultura". Es relativamente fácil para los 'muy leídos' dejar en
evidencia a 'los impostores' de la lectura, a esas personas que
hacen como que saben de lo que hablan sin haber leído en realidad
más allá de un par de best sellers en toda su vida. Lo que ocurre
es que a esos pretenciosos sólo los ven desnudos, como en el cuento
del rey, los que de verdad leen. El otro noventa por ciento de la
ciudadanía llegará incluso a pensar: “Hay que ver lo cultos que son estos
artistas”.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
Comentarios