Alguien dijo que cuando la
gente tiene hambre irá a coger la comida, aunque haya sangre. Los
tiempos que vivimos justifican -pero no legalmente- acciones bárbaras
de ciudadanos que solo aspiran a ser eso: personas con un techo y un
plato de comida. Lo que estamos viviendo es desmesurado, como
desmesuradamente vivieron la guerra nuestros abuelos. ¿Quién puede
asegurar que no viviremos otra? La historia no se planifica y Dios no
la puede tener tomada con todos, supongo. Pensemos entonces que los
errores son nuestros, que cuando hay dinero fácil nos olvidamos de
la moral, que somos seres imperfectos, flechas caprichosas con la
punta en la Luna y la base en las mazmorras. Entonces sería
entendible que unos cuantos con acceso a ese gran poder que da dinero
inmediato manipularan para su beneficio -sin pensar en el de los
demás- mecanismos, sistemas, instancias y lo que hiciera falta. ¿Con
el consentimiento y la connivencia de las autoridades electas por los
ciudadanos? Por supuesto. No habría posibilidad de prevaricación
sin el consentimiento inmoral de esas autoridades. No hay mayor
canalla que quien juega para su bien con la comida del prójimo. Nos
hemos acostumbrado a consentir que nuestros políticos, nuestros
representantes y servidores, sean de hecho nuestros amos y ejerzan de
sátrapas y dictadores. Me río cuando alguien se refiere a la
dictadura franquista que sufrimos todos los españoles como una época
ignominiosa y cruel, una época 'sin libertad'. ¿Quién piensa en
libertades cuando no hay un plato en la mesa?
A mi entender, los
diversos gobiernos que hemos tenido desde la dictadura franquista no
han escamoteado intenciones ni por supuesto medios para prevaricar,
para estafar a unos votantes ilusionados aludiendo, siempre que la
cosa se ponía fea, a un pasado aterrador que ellos harían olvidar
por la vía de la democracia perfecta, la que no agrede nunca a
ningún ciudadano y facilita el diálogo entre pueblo y mandatarios.
Esos gobiernos, mejor dicho esos gobernantes, han timado y estafado a
un pueblo herido con la misma facilidad con la que un caramelo
envenenado engaña a un niño.
Resumo -y doy por sentado
que las honrosas excepciones son el germen del futuro- para que se
entienda el mensaje: los políticos se corrompen cuando ven dinero.
Siempre hay corruptores con dinero a disponer. La gente lo ve normal.
Cuando se cae el chiringuito todos nos lamentamos y nos culpamos unos
a otros.
Lo diré más claro.
Cuando en una huelga general el país es tomado por un poder 'de
facto' que se hace llamar 'piquetes informativos' y esos piquetes
destrozan un bar, se beben todo lo líquido y amenazan o incluso
apalean al propietario ¿por qué nos parece normal? Porque somos y
seguiremos siendo gilipollas. Porque nos lo merecemos. Porque somos
unos payasos – y así nos ven nuestros 'socios'- como comunidad
política en un mundo -el desarrollado, es lamentable pero así es-
que aspira a formar una unidad política a partir de retales humanos
de escasa moralidad.
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