Debo esperar el alba, lo
mismo que un profeta, para anunciar la buena nueva de un nuevo día,
para saltar alegre junto a los juncos y junto al río. Debo cantar a
los rayos del sol, a la esperanza, al cielo anaranjado y a las hojas
recién tintadas de los álamos, con un tinte nuevo y copioso que el
cielo regala cada día a quienes quieren verlo como un regalo. Debo
esperar al ocaso que el mismo cielo oscurece con un velo los bellos
tientes con que pintó el día. Y es en el ocaso y muerto de miedo
cuando los cielos anaranjados y la esperanza fría enturbian la
alegría que dura un día, un día no distinto a otro cualquiera.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
Comentarios