Hablar de relaciones
sentimentales es hablar, tarde o temprano, de cuernos. No quiero
decir, Dios me libre, que en toda relación sentimental deba existir
un episodio de cuernos, pero los cuernos no suelen estar previstos
cuando se comienza una relación y ya solo por eso es comprensible el
revuelo que causan, por lo inesperado, cuando toman cuerpo. Debido a
la naturaleza machista de la sociedad española si es el hombre el
cornudo se le llama eso, cornudo y a su mujer puta. Si lo es la mujer
se la llama cándida, ilusa o tonta y a su marido mujeriego. ¿Son
moralmente confrontables los términos 'puta' y 'mujeriego'? Si. ¿Son
equiparables? No. Una puta, cuando el apelativo es usado para
designar a una adúltera, es una persona vil, deleznable, una mala
esposa y peor madre. Alguien prescindible en el seno sagrado de una
unidad familiar. En cambio, si el adúltero es el marido, pues bueno,
ha salido mujeriego el hombre, tampoco es para tanto y su expulsión
del nido familiar por unas canas al aire parece una cruel condena.
Este razonamiento acerca
de la situación que crean los cuernos ha sido el vigente durante
décadas y aún lustros -que nunca he sabido lo que es- en la
sociedad española. Ahora parece que están cambiando algo las cosas.
En primer lugar, ha salido
a la luz o a la voz pública que existen los celos, que nada tienen
que ver con los cuernos, porque cuando los celos tienen de verdad
fundamento no se llaman celos sino cuernos. Es decir, si existen los
unos no pueden existir los otros y viceversa. Y los celos son el
móvil de la mayoría de los mal llamados 'delitos de género' o
'violencia de género'. Los celos, es decir, sospechas sin pruebas
flagrantes. Y esto es muy fuerte. Se maltrata y se mata porque un
tipo 'oye voces'.
En segundo lugar, se ha
hecho público también un hecho que todos conocían excepto, en el
último momento, el marido. Los cuernos que ponen las mujeres tienen
tal arte que todos los ven menos el cornudo, que sólo es consciente
de la situación cuando al acudir al chiringuito se queda empotrado
contra el doselete que hay encima de la barra.
En tercer lugar, y excepto
lamentablemente en algunos círculos con poco sentido del humor, la
mujer adúltera ya no es una puta sino una mujer liberada consciente
de sus acciones que no tiene por qué cojones aguantar a un
gilipollas durante el día que se vuelve además un impotente durante
la noche.
Dicho esto, y dando
gracias por el gran avance que en estas cuestiones ha experimentado
parte de nuestra sociedad debo aclara que a mi modo de ver un hombre
sin cuernos es como un jardín sin flores. Es como si le faltara lo
primordial. Lo que pasa es que nuestro escaso sentido del humor nos
impide ver la realidad tal y como es: hilarante. Y el que se cabree
que se afile los cuernos contra el espigón de levante. O sea.
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