En París hace un frío
que te cagas. El cielo el macizo y gris y no da cuartel, no invita a
salir. Esta mañana le he echado huevos y he salido a pasear. A la
media hora tuve que refugiarme en un pequeño local donde servían
comidas y vinos. Pedí un tinto para entrar en calor y algo no muy
abundante de comida, así se lo especifiqué a la chica de la barra.
Me señaló unos salchichones colgados como propuesta. Dije: “Hombre,
salchichones”. Ella repitió: “sarsisones”. Sí algo así, son
típicos de mi tierra, dije. Ponme una tapita, por favor. Al rato me
plantó en la barra una fuente de rodajas de salchichón. Me la comí
enterita porque estaban buenísimas. La chica me invitó después aun
fromage de goat, que era queso de cabra. Estaba para chuparse los
dedos. Pedí más queso y el nombre del mismo. Me lo apuntó en un
papel. Es un Dominique Latroix, rue Lille 23, 3º-A. A lo mejor
mañana voy a probarlo de nuevo. A mí es que todo lo que huele a
añejo me tira.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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