Es desagradable
encontrarse enfermo en un lugar extraño, ajeno a tu mundo habitual y
relativamente seguro; en el extranjero, por ejemplo, un simple
resfriado magnifica tu malestar y la vida entera se vuelve aparatosa
e intolerable. Estás en la cama de la habitación del hotel y oyes
las gotas de lluvia golpeando el cristal y ese sonido, tan amigable y
confortador en tantas ocasiones, se torna desagradable e inhóspito y
te produce melancolía y tristeza. ¿Será esto lo que ocurre en una
vejez solitaria? Esa invalidez, esa congoja, esa impotencia. De
momento, al menos, puedo recurrir a gente cercana en caso de extrema
necesidad. Pero, ¿y de anciano? Cuando solo el consuelo de una vida
sin decrepitud aporte a tu alma unas gotitas de alegría, cuando solo
el consuelo de otra vida alivie un poquito lo que te queda de esta.
Entonces, ¿qué? Porque como si en mi caso no existe ese mínimo
consuelo, ¿a qué te puedes aferrar? ¿Qué último recurso servirá
como bálsamo en esos postreros días? ¿Quién te pondrá su mano
caliente en tu cara y dirá: “Mira cómo caen las gotas de lluvia,
no es hermoso, mi amor”? Y tú siempre estás dispuesto a contestar
:”Mientras tú existas y estés conmigo todo será hermoso.”
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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