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Gotas de lluvia

 Es desagradable encontrarse enfermo en un lugar extraño, ajeno a tu mundo habitual y relativamente seguro; en el extranjero, por ejemplo, un simple resfriado magnifica tu malestar y la vida entera se vuelve aparatosa e intolerable. Estás en la cama de la habitación del hotel y oyes las gotas de lluvia golpeando el cristal y ese sonido, tan amigable y confortador en tantas ocasiones, se torna desagradable e inhóspito y te produce melancolía y tristeza. ¿Será esto lo que ocurre en una vejez solitaria? Esa invalidez, esa congoja, esa impotencia. De momento, al menos, puedo recurrir a gente cercana en caso de extrema necesidad. Pero, ¿y de anciano? Cuando solo el consuelo de una vida sin decrepitud aporte a tu alma unas gotitas de alegría, cuando solo el consuelo de otra vida alivie un poquito lo que te queda de esta. Entonces, ¿qué? Porque como si en mi caso no existe ese mínimo consuelo, ¿a qué te puedes aferrar? ¿Qué último recurso servirá como bálsamo en esos postreros días? ¿Quién te pondrá su mano caliente en tu cara y dirá: “Mira cómo caen las gotas de lluvia, no es hermoso, mi amor”? Y tú siempre estás dispuesto a contestar :”Mientras tú existas y estés conmigo todo será hermoso.”

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A veces opino de cualquier cosa en este blog pero como un ejercicio de reflexión, más o menos liviano o sesudo en función de la hora y del ánimo. Por eso quiero dejar claro que cualquier parecer, juicio o afirmación mías acerca del asunto que sea son fácilmente revisables con las indicaciones adecuadas y, llegado el caso, hasta desmentidas sin el menor pudor por mi parte. La naturaleza de las personas inteligentes debe poseer una faceta de rectificación que los honra intelectual y moralmente. Por desgracia, ese no es mi caso. Soy un veleta y en el fondo muy pocas cosas me atraen lo suficiente como para tomar posición respecto a ellas. Si cambio de opinión respecto a un asunto, por vital que pueda ser o parecer se debe llanamente a que la opinión previa carecía de convicción al ser enunciada; peor todavía, más de una vez me he pronunciado para que quien me leyese pensara que yo tenía algún tipo de opinión sobre algo. Cuando la verdad desnuda es que no tengo claro casi nada, y casi nad