Es desagradable
encontrarse enfermo en un lugar extraño, ajeno a tu mundo habitual y
relativamente seguro; en el extranjero, por ejemplo, un simple
resfriado magnifica tu malestar y la vida entera se vuelve aparatosa
e intolerable. Estás en la cama de la habitación del hotel y oyes
las gotas de lluvia golpeando el cristal y ese sonido, tan amigable y
confortador en tantas ocasiones, se torna desagradable e inhóspito y
te produce melancolía y tristeza. ¿Será esto lo que ocurre en una
vejez solitaria? Esa invalidez, esa congoja, esa impotencia. De
momento, al menos, puedo recurrir a gente cercana en caso de extrema
necesidad. Pero, ¿y de anciano? Cuando solo el consuelo de una vida
sin decrepitud aporte a tu alma unas gotitas de alegría, cuando solo
el consuelo de otra vida alivie un poquito lo que te queda de esta.
Entonces, ¿qué? Porque como si en mi caso no existe ese mínimo
consuelo, ¿a qué te puedes aferrar? ¿Qué último recurso servirá
como bálsamo en esos postreros días? ¿Quién te pondrá su mano
caliente en tu cara y dirá: “Mira cómo caen las gotas de lluvia,
no es hermoso, mi amor”? Y tú siempre estás dispuesto a contestar
:”Mientras tú existas y estés conmigo todo será hermoso.”
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
Comentarios