Una de las putadas de las
relaciones sentimentales es que tienen un fin. Unas veces -en el
mejor de los casos aunque suene tétrico- por el fallecimiento de uno
de los amantes, otras, las más por un desacuerdo en cuyo amplio
espectro es imposible profundizar. En resumen, que se acaba; finito.
Yo he pasado por varias y puedo atestiguar que lo peor es siempre el
final. Una putada muy didáctica que nos muestra en un periodo
relativamente corto la brevedad de la vida. Si reponerse y subsistir
como acto reflejo de supervivencia tiene sentido es algo que se
escapa a mi entendimiento. Porque vivir con dolor, con ese tipo de
dolor, comprendo que sea cuestionable y haya quien opte por no
sufrir. La vida es corta y debe ser acometida con intensidad, por eso
cuando a causa de una pena de amor languidecemos el recurso de
'adiós, muy buenas' debe ser entendido y disculpado. Pero siempre
podemos elegir lo contrario y apechar con la pena a pecho
descubierto. Esta opción es la preferida de las mujeres, obviando la
metáfora, porque han nacido con dos cojones, obviando de nuevo la
metáfora. Ya quisiéramos los tíos tener los huevos con que se
enfrentan a la vida y sus avatares las tías. Sin metáfora que
valga.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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