Ayer mi vida se vio
sacudida por un seísmo de proporciones apocalípticas. Ya no podrá
volver a ser la misma por más que yo lo pretenda. Como nunca me
había ocurrido algo semejante estoy falto de referencias para
expresar con claridad el suceso extremo que me perturbó ya para
siempre. Fue algo brutal y dulce al mismo tiempo, un alud de nieve y
un incendio furioso, una colisión astral en el jardín de mi casa.
Acontecimientos así te marcan para siempre, alteran tus códigos,
prioridades, preferencias y te abandonan, empapado del sudor del
miedo, en medio de un campo en barbecho, tu vida en barbecho, tu vida
hasta entonces predecible como las estaciones y apacible como un
trigal dejándose mecer por el viento. Ayer pude oír una frase
(“¿Papá, vamos esta tarde al cine?”) que volvió mi mundo del
revés. Una frase dicha por una niña de seis años en cuyos ojos
negros vi reflejada la cara de mi muerte. Los ojos de mi hija, la que
no tuvo la menor oportunidad de nacer y en cuya alma inexistente
pensaré hasta la locura los días que me sean concedidos. Eso fue
ayer, cuando aún vivía entre vosotros.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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