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De toros y escritura

 En una entrevista a Joaquín Sabina le oí afirmar que no defiende el toreo porque es indefendible, pero que a él le encanta. No puedo estar más de acuerdo con una opinión tan políticamente incorrecta. Los toros, el toreo como espectáculo, el ir cansando a base de engaños a una criatura para luego darle muerte y que esa representación de la muerte inevitable sea también un motivo de esparcimiento y gozo para gentes que no necesariamente entienden los entresijos de esa faena me parece algo primitivo. Y por eso mismo, por su visceral primitivismo, puede ser a la vez un arte y una atrocidad. El hecho de que haya prevalecido lo primero ante lo segundo forma parte de la historia medular de esta nación que lleva la fiesta del toreo en sus genes. Con excepción de alguna comunidad autónoma cuyos gobernantes buscan la singularidad apelando a la negación como sistema, manque se jodan los ciudadanos. Sin entrar en pormenores yo destacaría -por destacar algo- de la fiesta la tal vez justa -y singular- fama de los toreros de éxito con retribuciones millonarias y una gloria que reciben en loor de multitudes. Como si fueran, por ejemplo, futbolistas de primer nivel. Y como estos se lanzan a escribir sus memorias a una edad más bien temprana, para no dar cuartelillo al duende del olvido, digo yo. Y ahora vienen las preguntas que a uno le atosigan cada vez que se pone en plan metafísico. ¿Es necesario siendo un joven exitoso y supuestamente feliz contar los pormenores de tu corta vida a todo el que se tome la molestia de leerlos? ¿Son acaso esos pormenores un modelo a copiar para conseguir tal éxito, o tal vez solo un aderezo? ¿Qué puede explicar un veinteañero, por mucha fama que la avale, a un octogenario que sobrevivió a una guerra a cara de perro con sus propios vecinos? La última pregunta, que va sin retraca: ¿Saben de verdad escribir sin faltas de ortografía esos jovenzuelos?

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