En este universo que
habitamos casi todo está sujeto a unas normas que, con independencia
de quien las dictara, se empeñan en seguir cumpliéndose a lo largo
de los milenios. Hay normas naturales para casi todo, y casi nada
puede el ser humano al respecto. Llueve, sales de todas formas y ya
diluvia. Lavas el coche y lo mismo. Una noche romántica con una
chica a la que después del cine invitas a cenar y va llueve, a
mares. Contemporizas haciendo piruetas con tu libido pero al final
todo al carajo. Una pareja va de vacaciones de novios a Puerto Rico y
les pilla un huracán. No uno cualquiera, sino el Yolanda, el más
devastador de los últimos centenios. La materia que acumulan para
contar a los nietos no compensa la manera de jugarse la vida en
fechas tan señaladas para ellos. Es evidente que designios mayores
gobiernan nuestra vidas. Y esto me trae a la cabeza las cosas del
amor. Uno no ama por amar, como si fuese el resultado de una
ecuación; al revés, uno ama a pesar de ese resultado. Lo importante
es no cagarla, al menos en los comienzos. <>. En el cagar, como en el amar,
todo es empezar. (Rafaella Carrá?). Empezar a cagarla, quiero decir.
Y a partir de ahí...
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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