El escritor Juan Marsé, unos
de mis novelistas de cabecera, dijo en una entrevista que aunque escribía sus
novelas en castellano, su lengua materna era el catalán. Hasta aquí nada que
objetar, porque es el mismo caso que Eduardo Mendoza o Vázquez Montalbán y
ambos autores se han desenvuelto con singular maestría escribiendo en
castellano, lo mismo que Juan Marsé. Pero en esa misma entrevista Marsé
comparaba su situación con la de Nabokov y Conrad, autores que escribieron en
inglés siendo sus lenguas maternas, respectivamente, el ruso y el polaco. A mí
me cuesta ver un paralelismo en las situaciones de estos dos últimos
escritores, que tuvieron que aprender inglés ya de mayores y escribir en esa
lengua para ellos tardía, y ausente por tanto en sus recuerdos de niñez que tan
importantes son en la obra de todo autor, y el bilingüismo de Marsé, que
aprendió ambas lenguas de niño. De hecho, creo que fue Mendoza quien comentó en
una ocasión que hablaba en catalán con, por ejemplo, Vázquez Montalbán, por la
tarde y escribía en castellano por la noche. No se trata aquí de una elección
sino de una imposibilidad de transmitir en catalán lo que conseguía con el
castellano. Esto es un hecho inapelable, al menos en esa generación de
escritores. ¿Por qué entonces el comentario de Marsé? Él nunca ha sido un
exiliado. La coherencia de su obra y su propia personalidad hacen difícil
sospechar una adulación tardía al catalanismo más populista. Puede ser que yo
lo haya entendido mal.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
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