
Cuando sueño pesadillas despierto en un puro sobresalto, con el corazón empapado por la enigmática y espesa bruma de las tinieblas más siniestras. Lo que más miedo me da de las pesadillas es una vaga intuición de posibilidad que me envuelve y me paraliza como el abrazo de una boa. No me ocurre, en cambio, con los sueños mágicos, a pesar de que me alegran el día: son sueños felices e imposibles como los cuentos infantiles. Las pesadillas nacen, según dicen, en el inconsciente de las frustraciones y de los miedos, en el lado oscuro del alma, y se manifiestan en los terrenos del sueño por la fuerza, expulsan de allí a los sueños buenos y representan, como en un teatro, una función sin argumento ni orden solo para mí, para mi yo durmiente, que luego le cuenta muy por encima lo visto a mi yo vigilante, que se entera de poco y además es un desmemoriado, así que nunca entiendo casi nada y solo ese poso amargo que las pesadillas dejan en el ánimo me convence de que he sufrido una. No sé qué pasará el día que una pesadilla se haga realidad en el universo de lo que sucede (de lo que me sucede), pero a buen seguro que ocurrirá una catástrofe de dimensiones siderales, como cuando chocan dos cuerpos celestes en algún lugar remoto del cosmos. Aunque, bien pensado, eso ya me ha sucedido; de chico soñaba a veces (y me despertaba llorando) que me convertía en una persona mayor que ya no tenía ganas de jugar y que lucía un semblante serio y vestía trajes sin color. Ahora que soy mayor, siento que a veces se me pasan las ganas de jugar y veo en el espejo un tipo con semblante serio. Y, aunque no me pongo ropa sin color, no puedo evitar algunas noches irme a la cama llorando y deseando con la fuerza con la que desean los niños que al despertar todo haya sido una pesadilla.
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Un fuerte abrazo,amigo.