De entre los crímenes que
se han estatuído como habituales en casi todas las sociedades
contemporáneas me resultan especialmente repugnantes las agresiones
sexuales. Cualquiera puede ser una víctima pero los grupos de riesgo
más elevado con diferencia son las mujeres y los críos. Los niños
son víctimas potenciales de casi todo por su indefensión biológica
y psicológica, y esta invalidez propia de sus pocos años está más
que asumida por los mayores quienes mediante el instinto de
protección y las leyes especiales para infantes ponen un especial
empeño en protegerlos. Y aún así son los niños quienes más
sufren y menos defensas tienen cuando suceden tragedias del tipo que
sea. Pero ese peligro extra al que están expuestos es inherente a la
niñez y toda la sociedad lo tiene asumido.
Con las mujeres la cosa es
bien distinta. El innegable hecho de su inferioridad física respecto
a los hombres y el detalle fisiológico de que no haga falta que la
mujer se excite sexualmente para que el hombre pueda obtener placer
de ella es una maldición que padecen las féminas desde el principio
de los tiempos y las ha convertido en las principales víctimas de la
violencia sexual machista. Por muchos avances sociales que hayan
acaecido en casi los dos últimos siglos en cuanto al reconocimiento
de sus derechos como ciudadanas, equiparables a los de los hombres, y
por más que ya nadie ponga en duda sus idénticas capacidades de
desempeño en todos los puestos de la pirámide laboral; incluso
aunque supusiéramos ingenuamente que de hecho tienen las mismas
oportunidades de ganarse las habichuelas que los hombres, jamás
habría una igualdad real en el plano de ciudadanos libres debido a
ese plus de peligrosidad que deben sobrellevar en sus vidas y que
puede llevarlas, si llegan a sufrirlo con la virulencia propia de
estos delitos, a su destrucción como seres humanos.
He leído en la prensa que
un grupo de hooligans descerebrados -creo que la expresión es
redundante- del Osasuna han desplegado una pancarta durante el
partido del equipo pamplonica contra el Sevilla F.C. mostrando su
apoyo a un miembro de 'la manada', aquel quinteto de sevillanos que
violó salvajemente a una chica en los sanfermines. El macho, reducido
a sus instintos más primitivos y violentos, tiende a confraternizar
con los de su ralea y aúna sus causas trogloditas con sus iguales
para mayor gloria de la hombría, de lo que ellos entienden por
hombría, que no es más que frustración, estulticia y cobardía
amparadas y justificadas por el abrigo del rebaño.
Lo más triste es que los
responsables de evitar este tipo de comportamientos de apoyo a la
violencia en los estadios siempre encuentran el modo de exonerar a
esta gente que los protagoniza, supongo que porque son los mismos que
montan pollos en las gradas para poner nerviosos a los árbitros y
también, llegado el caso, los que libran batallas campales en las
calles repartiendo leches a sus homónimos del equipo contrario y
hasta arrojando a alguno al río para dejarlo morir ahogado. Yo los
he llamado hooligans que en inglés significa gamberros, apelativo
que por suave puede llamar a engaño sobre la verdadera naturaleza de
estas bandas mafiosas que por desgracia son los principales valedores
de los equipos de los que son fanáticos. Se les suele llamar
'ultras', pero el término tampoco es determinante -es casi
eufemístico- porque se aplica a personas que sostienen ideologías
políticas extremistas, pero las ideologías están compuestas de
ideas y dudo mucho que esos individuos hayan usado la cabeza para
algo distinto de dar cabezazos en las peleas.
En mi opinión, ese apoyo
incondicional a un encausado por delitos de violación, vejación,
agresión y robo es la cara más abyecta al tiempo que la verdadera
esencia del machismo violento. No les basta con destruir a una joven
indefensa sino que además tienen que alardear del crimen, regodearse
en él, grabarlo y subirlo a internet, como si el hecho en sí fuera
digno de loa, un acto encomiable del que presumir. Cinco hijos de la
gran puta haciendo de todo a una joven sin la menor posibilidad de
defenderse.
Les voy a contar un suceso
del que fui partícipe hace ya unos años. Estaba en un bar con unos
amigos una noche cualquiera y vimos entrar a una joven blanca como
la pared que apenas coordinaba sus movimientos y no podía hablar.
Tras un rato de preguntas e intuyendo ya lo que podía pasar no pude
evitar salir a la calle donde, como suponía, había un fulano con el
bolso de la chica. La esperaba supongo que para rematar la faena en
cualquier callejón oscuro. Le hablé despacio y con voz pacificadora
para reclamarle el bolso a cambio de dejarlo marchar. Se encaró, era su obligación de machote.
-¿Y que pasa si no me
sale de los cojones dártelo?
-Entonces acabarás la
noche en el hospital- respondí suavizando, casi almibarando el tono de mi voz.
Se llevó la mano al
bolsillo trasero. Supe en el momento que no iba a sacar su cartera.
Acabó en el hospital.
La chica se pasó de nuevo
por el bar al año o así. Habría engordado unos veinte kilos y no
era difícil adivinar que se medicaba una depresión. Aquel episodio
le arruinó una parte de su vida. Y episodios similares suceden todos
los días, y muchos de los criminales quedan impunes. Criminales de
esta clase proliferan en todos los estamentos de la sociedad. Y si no
que pregunten a los fantasmas que habitan la Casa Blanca en
Washington.
Comentarios
Totalmente de acuerdo contigo, esos neanderthales debían desaparecer del mapa .