
Ayer fui al cine. Alien versus Predator. La gente chillaba y hacía todo tipo de aspavientos. Mi sentido del miedo, muy distinto del de los humanos, no se ve afectado por ese tipo de imágenes y secuencias manidas de supuesto terror. En mi planeta, esa película equivaldría a una actuación de Epi y Blas, como mucho. El monstruo de las galletas, ese sí que se gana el sueldo, ¡qué monstruo! –literalmente-. A mí también me encantan las galletas, sobre todo las que tienen tropezones –las inglesas, esas son las que rompen-.

Gastronomía. No sé qué comen en mi planeta –se lo preguntaré a mi madre en nuestra próxima comunicación mental interestelar-, pero aquí, en la Tierra, según el sitio a veces no hay forma de ingerir lo que te sirven. Otras veces, en cambio, hay que reconocer que el paladar advierte el esfuerzo y buen hacer del chef o cocinero mayor y agradece el resultado, aunque por lo que a mí respecta no logro alcanzar las cimas de placer gastronómico a las que algunos entendidos se empeñan que hay que subir para entrar en el Olimpo culinario. Quien no tiene facultades para algo, pues no las tiene y se acabó ¿Me empeño yo en que se deleiten esos gordinflones con alguna sinfonía de Schubert, y alcancen el éxtasis musical? Pues eso, que no fastidien con tanto Ferrán Adriá.
Hay varias actividades que se me dan especialmente bien, dotado como estoy de aditamentos corporales que no poseen los humanos y que me proporcionan ventajas sobre ellos en diversas tareas. Mis ojos retráctiles, por ejemplo, son muy útiles para copiar en los exámenes, y en mi juventud –es un decir, seguiré siendo joven por muchos años- exploté con ahínco esta ventaja, guardando siempre cuidado de que el profesor no se diera cuenta, porque menudo soponcio le hubiese dado al contemplar un globo ocular saliendo y entrando de su cuenca, colgando del extremo de un cable flexible. Y en cuestión de chicas –con falda, claro- qué les voy a contar que no se puedan imaginar; la repera, vamos. Dado que los vestuarios del gimnasio estaban construidos con paneles que no llegaban al techo, por arriba, ni al suelo, por abajo, se harán cargo que no darse el lote hubiera sido estúpido. Con el tiempo he ido perfeccionando la técnica y no temo pecar de vanidoso si afirmo que no se me escapa una. Y de más de un apuro me han sacado estos ojos que se han de comer los gusanos (es un decir, ja, ja –vaya, noto que me estoy animando-). Recuerdo todavía con apuro una tarde que quise probar un baño turco en El Cairo. Sólo cuando ya era tarde comprobé que era un baño, digamos, especial, y mi turbación aumentaba a medida que los ojos ansiosos de los bañistas recorrían voraces mi -¿para qué ocultarlo?- imponente torso, apretadas nalgas, hercúleas piernas y bien torneados brazos. Con inusitado temple me situé en el centro del habitáculo y realicé barridos oculares dejando bien claro que no me pillarían en un renuncio. Por desgracia, la velocidad que imprimí a mis ojos me provocó un mareo y caí redondo, Cuando desperté no tenía la toalla y me escocía un huevo el ojete.
"Lamento decir que detecto en mí indicios de que si hubiera nacido en España hace unos siglos, podría haber resultado un excelente inquisidor." Pessoa, Fernando
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