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El fanatismo

Si el hombre como individuo es un ser con una cierta propensión al despiste moral, la masa, la colectividad, el grupo de individuos con predisposición a ello –que suele ser la mayoría-, cuando se quiere convencer de que existe un motivo que lo justifique –y siempre existe, y si no se inventa sin más-, de manada social pacífica y políticamente correcta se transforma al instante en improvisado ejército feroz y justiciero, dispuesto a matar y a morir por ese motivo, esa causa, casi siempre una entelequia sin mayor significado que el de servir para aunar a la horda y predisponerla a la carnicería y, desde luego, al abandono de toda moralidad. Una de las principales causas, si no la que más, de estas transformaciones colectivas de personas habitualmente pacíficas –al menos en las formas- en asesinos improvisados es el nacionalismo, un concepto enrevesado y espinoso al que le sucede lo que al buen gusto: todo el mundo sabe lo que es pero nadie puede definirlo. El nacionalismo es uno de los mejores inventos del diablo para enfrentar a los hombres entre sí; es el faro traicionero que orienta a los fanáticos hacia un territorio de odios e intransigencias donde con frecuencia se desencadenan guerras –abiertas o larvadas- que perduran durante muchas generaciones, porque el gen del odio es, de entre todos los que poseen los humanos, el que mayor facilidad muestra en transmitirse de padres a hijos. Los nacionalistas intransigentes, como cualquier colectivo prisionero de pasiones exacerbadas, se conducen como cretinos en épocas de paz y como asesinos impíos en períodos de guerra. El Demiurgo te libre, humano, de la brutalidad estúpida de las multitudes.

La calma serena que transmite el suave murmullo del sotomonte acariciado por la brisa envuelve el hotel al que he acudido huyendo de la humedad marismeña. Leo a Conrad y navego con él por mares infinitos durante horas. Dormito en los sillones y trato de evocar recueros imborrables que ya se borraron, deseos juveniles que por desgracia se han cumplido, imágenes recurrentes de sueños que no me dejan dormir en paz. El sueño, ese hermano menor de la muerte, ese morir de mentira, esa bendita pérdida de tiempo. Esas horas en las que no vives del todo, no eres totalmente tú, no eres consciente, no eres. Si se pudieran guardar en un cofre los minutos que no son vividos de veras, ¿cuánto se prolongaría la vida humana?

Ayer fui de compras a unos grandes almacenes que, a pesar de ser españoles, llevan en su marca un gentilicio sajón. Tal vez por ese motivo a veces, cuando pido algún artículo del que ellos no disponen, me llevo algún que otro corte.  Le pregunté a una señorita con uniforme de empleada –por lo que deduje que era una empleada- en qué sección podía adquirir lubricante hipertónico e ignífugo para extensores oculares retráctiles y me dijo que preguntara en “objetos perdidos”. En dicha sección me aseguraron que lo encontraría en “adminículos para el automóvil”, y de allí me enviaron al supermercado. Al final me cabreé, monté un pollo, llamaron a seguridad para que me desalojaran y, tras un áspero intercambio de opiniones, accedí a marcharme. Hoy tengo el ojo izquierdo como una berenjena y, lo peor de todo, el cable retráctil parece que se ha atascado. Mierda de consumismo.

"El capitalismo es la explotación del hombre por el hombre, el comunismo es lo contrario".

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