
El humano es un ser que ansía la felicidad. El problema es que no sabe cómo conseguirla. Desde el tratado “La conquista de la felicidad” de Bertrand Russell, cientos de libros han sido publicados sobre el tema, cada uno con su fórmula particular para obtener tan preciado bien. Sus recetas abarcan un amplio espectro de soluciones que oscilan entre el “tú puedes conseguirlo con la suficiente voluntad y un poco de ayuda” y el “acéptate a ti mismo y a tu circunstancia”. El primero apela a la posibilidad de elegir y por tanto de luchar contra las adversidades que posee el ser humano, animándole a cambiar lo que no le guste tanto de sí mismo como de su entorno –pero sobre todo lo primero, es evidente-, mientras el segundo postula que si rebajamos nuestras expectativas vitales y nos conformamos con lo que hay seremos más felices –muy en consonancia con los postulados de la religión cristiana-. La mayoría de los tratados se sitúan en una posición intermedia; se les conoce como “libros de autoayuda”. ¿Ayudan a que tú te ayudes? Eso no se ha dicho todavía, pero sospecho que más bien poco. Porque para que su ayuda fuese eficaz, el lector debería introducir cambios de índole filosófica en su vida, que tienen que ver con su forma de ver el mundo y sus relaciones con los demás, cambios de una magnitud vital muy honda y cuyo logro, sumamente trabajoso, requeriría el uso de herramientas mucho más poderosas que un libro. Pero por algo se empieza, y como primera piedra de ese proceso de transformación necesario para acabar saboreando el dulce néctar me parece que un buen libro de autoayuda es muy conveniente. Siempre, claro está, que no demos por terminado el proceso con la conclusión del libro.
Le pregunto telepáticamente a mi madre galáctica que si mis añadidos cuasimecánicos necesitan pasar la itv. Me manda a hacer puñetas.
“Habla sólo cuando tus palabras sean mejor que tu silencio”. Proverbio árabe.
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