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Autoayuda II

Jaime era un ser infeliz. Lo había sido toda su vida. Un día se decidió a comprar un libro de autoayuda del que había oído hablar. Lo leyó con desesperada atención, como un náufrago se aferra a una tabla en el mar, suplicando para sus adentros que aquel libro no fuese un fraude y le ayudase a dejar de sufrir inútilmente. Porque Jaime sufría por nada, no había motivo aparente: simplemente no era feliz, se sentía el más desgraciado de los hombres. Siguió con tenaz obediencia cada uno de los consejos del libro. Se libró primero de su miedo a cambiar, preparándose así para remodelar la estructura de su mente lastrada de prejuicios, que según el libro eran los causantes de su desgracia. Hizo ejercicios de relajación para superar su ansiedad, de la que se fue deshaciendo poco a poco. Superó su pánico al rechazo social, lo que elevó de inmediato su autoestima. Dejó de lamentarse por los errores del pasado y eso le proporcionó tranquilidad de conciencia. Se liberó de la preocupación por el futuro, lo que le permitió centrarse en el presente y mejoró su rendimiento en todos los aspectos. Aprendió a quererse a sí mismo para poder entregar a alguien su alma desnuda y libre. Advirtió entonces una sensación que jamás había sentido. Era, dedujo, júbilo, alegría, gozo, entusiasmo. Se sintió extasiado. Quiso contemplar en el espejo su nueva imagen de hombre feliz. Cuando se acercó al del armario de su dormitorio no pudo sofocar el grito desgarrado que dejó escapar su garganta: no había ninguna imagen en aquel espejo. Se sintió el más desgraciado de los hombres.

"Ten cuidado con lo que deseas porque se puede hacer realidad".

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