Yo, Bvalltu, el enviado de las estrellas, comienzo a creer que mi estancia en este mundo es la respuesta al deseo de un ente superior cuyos designios son, de momento, una incógnita tanto para los humanos como para los seres de un orden cósmico superior que, como yo mismo, no atinamos a descifrar el oscuro objeto de tal deseo, disposición u orden. Me dice mi madre galáctica, en uno de los muchos contactos mentales que mantenemos, que no existe un principio creador del universo, que no me coma el tarro. Pero no puedo evitar sentirme contagiado por los sobrecogedores rituales de los adoradores de distintos dioses que existen en este planeta, encaminados a ganarse su favor y, en numerosas ocasiones, ponerse hasta el culo de licores diversos, al parecer propiciadores de la conexión con los dioses, pese a que en casi todas las religiones el consumo de alcohol, más cuando precede a un rito de homenaje divino, está no sólo mal visto, sino hasta prohibido. Lamento confesar que desconozco el porqué de hallarme desde hace varios siglos en este orbe y que no sé cuándo concluirá mi ya dilatada estancia. Si después de todo existe un ser superior que todo lo dispone a capricho, me ha hecho un flaco favor situando mi existencia entre gentes tan rudas e ignorantes. Si mi situación es fruto de una desgraciada casualidad, la acepto y ceso en mis quejas. Pero que conste que mejor vida llevaría entre los saturninos, mucho más civilizados y tolerantes que los humanos. ¿Qué cómo lo sé? ¿El qué, que existen los saturninos o que son mejores personas que los humanos? Es que si no concretáis no puedo dar una respuesta adecuada.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
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