Soy un insensible. Ayer una chica me dijo que mi cara era inubicable, que no acertaba a insertarla en ninguna nacionalidad -sea o no estatal- conocida. ¿Era italiano, argentino tal vez, griego? Mi respuesta la descolocó, como supuse cuando me dio la bofetada. Y es que ser y reconocerse alinígena descoloca, lo sé, pero qué le vamos a hacer. Cuando abandonó ofendida el local sin dignarse a volver la cara hacia mí para una última mirada supe que no siempre es una buena opción decir la estricta verdad.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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