Por fin el sol gana la batalla a los nubarrones que durante días sólo han traído a mi tierra malos presagios. La gente se anima y ya se ven algunos cuerpos pálidos tendidos en al playa como lagartos. En mi planeta de origen tienen implantado un sistema de regulación atmosférica que permite disfrutar un clima bonancible estés donde estés. No tienen, claro, ningún problema con el agua, básicamente porque apenas se necesita. Un habitante de allí pesa por término medio 580 kilos, lo que aquí pesaría una estatua de granito con las mismas dimensiones. Por eso les queda aún por resolver el problema del transporte aéreo de pasajeros. ¿Te imaginas un avión con doscientos seres de semejante peso? No podría ni despegar. Por eso en mi planeta no existe el miedo a volar, pero sí el pánico a usar el ascensor, ya que aunque han de subir de uno en uno, no es infrecuente que haya averías ocasionadas por el sobrepeso. Otro día hablaré de las dietas que siguen las personas obesas allí, en mi añorado planeta.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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