Ir al contenido principal

Día de pesca

(Advertencia: me gustaría publicar en este blog algunos cuentos ya escritos. No domino la técnica bloggera así que iré avisando. Lamento no ser más pulcro con mis publicaciones, pero estoy obviamente limitado)

Día de pesca

 

Aunque no sabía muy bien por qué, Ernest gritó con furia.

 

-¿Pero dónde diablos está la llave?

 

-Ya hemos hablado de eso, -dijo Dodge con voz tranquilizadora-, ahora lo que tenemos que hacer es buscar en cada rincón del camarote para encontrarla. Y sobre todo no debemos ponernos nerviosos  -dirigió a Ernest una mirada de reproche-.

 

-Exacto, Ernest –dijo Conrad-, no hay que ponerse nervioso, lo hemos hablado hace apenas un minuto y tú ya lo has olvidado. A ver cuándo aprendes a dominarte, hombre.

 

-Pero es que no lo comprendo, tenía que estar en la cerradura, tenía que estar en la cerradura –la voz de Ernest fue convirtiéndose en un murmullo mientras repetía la frase. Al final enmudeció y se sentó en el suelo con la espalda apoyada contra una de las paredes de madera del angosto camarote-.

 

Billy, que había asistido a la escena en silencio, trató de sonreír cuando dijo:

 

-Venga, chicos, no vamos a estropear este día por un contratiempo tan tonto. El camarote es pequeño y además estanco, la llave tiene que estar en algún sitio delante de nuestras narices, así que dejémonos de gimoteos y busquémosla.

 

-Pero es que se nos va a hacer tarde para salir a pescar –repuso Ernest-.

 

-No, hombre, todavía tenemos tiempo –dijo Billy-, pero hay que ponerse ya a buscar esa llave. Sigamos con lo planeado, Conrad y Dodge que miren en la parte de popa, y tú, Ernest, ayúdame a buscar  en la parte de proa.

 

-Pero si ya hemos buscado y no está, Billy, que quieres que hagamos, ¿poner el barco boca abajo para ver si cae sobre el techo del camarote? Esa llave nunca aparecerá, Billy, y lo sabes.

 

-Bueno, tratemos de calmarnos señores -dijo Dodge-, se supone que esto iba a ser un agradable día de pesca.

 

-Pues yo estoy empezando a estar de acuerdo con Ernest –dijo Conrad-, creo que el día se nos ha fastidiado.

 

-No sé por qué –replicó Billy.

 

-Porque yo también pienso que no vamos a encontrar esa llave –dijo Conrad-.

 

-Y a que viene eso ahora, Conrad, ¿tú también vas a perder la calma? –Billy parecía enfadado y eso no era usual en él-.

 

-No se trata de eso, tengo la impresión de que algo inevitable va a suceder hagamos lo que hagamos.

 

-¿Y qué va a pasar, según tú? –preguntó Dodge-.

 

-Algo inevitable, ya lo he dicho, pero no se exactamente qué va a ser.

 

-Es por la llave, tenía que estar en la cerradura –se quejó Ernest-, ¿no lo entendéis? ¡Esa llave tenía que estar en la cerradura!

 

-¡Cálmate, Ernest! –ordenó Dodge levantando la voz-. Ya sabemos que la llave estaba en la cerradura, pero ahora no está, ha debido de caerse y la encontraremos pronto. Todavía tenemos tiempo para un buen rato de pesca.

 

-No es cierto y lo sabes –retrucó Ernest, que ahora abrazaba sus piernas encogidas-. No encontraremos esa llave.

 

En ese momento hubo un zarandeo brusco y se oyó un fuerte crujido. Quedaron todos sentados en el suelo del pequeño camarote debido a la violenta sacudida.

 

-Creía que aún estábamos atracados en el embarcadero –dijo Billy en un susurro-.

 

-¿No habíamos salido ya del puerto? –preguntó asombrado Dodge. -Recuerdo vagamente haber salido hace un buen rato, tal vez a primera hora.

 

-En cualquier caso es obvio que estamos navegando…, aunque el barco debe de estar sin gobierno, somos los únicos tripulantes –observó Billy, perplejo-. Y algo debe de ir mal. ¿Cómo es posible que no haya quedado nadie al gobierno del barco? ¿Estamos acaso locos? ¿Qué está ocurriendo?

 

-No, Billy, no es eso –replicó Conrad-. Usa la imaginación: somos los únicos tripulantes y estamos encerrados por dentro en el camarote.

 

-Y la llave no aparece –apostilló Ernest-. Esa maldita llave.

 

-Bien, Ernest, pero la cuestión es: ¿Qué impulsaría a cuatro experimentados marinos a encerrarse por dentro en un camarote estanco dejando el barco sin gobierno?

 

-Sólo una situación extrema –respondió Dodge, con cara de asombro-, un…un naufragio.

 

-¡Exacto! –casi gritó Conrad, más excitado que asustado-. Se trata de un naufragio ¡Estamos naufragando!

 

En ese instante se oyó un crujido más fuerte que el anterior y el barco se inclinó con violencia.

 

-Si la llave estuviera en la cerradura podríamos salir e intentar hacer algo.

 

-Nada podemos hacer, Ernest –dijo Dodge-, ahora recuerdo.

 

-Pues dinos algo, hombre –casi gritó Billy, asustado de repente-, parecemos un atajo de locos, aquí encerrados y sin recordar lo que ha pasado.

 

-Iremos recordando –replicó Conrad-. Pasa cada año, el mismo día.

 

-¿A qué día te refieres?

 

-Al diecisiete de septiembre, Billy, a ese día me refiero.

 

-Diecisiete de septiembre –repitió Ernest-. Ese es el día que salimos de pesca la última vez –había perplejidad en su rostro-.

 

-Sí, Ernest, fue nuestro último día de pesca ¿Recordáis ahora lo que pasó? –preguntó Conrad con una sonrisa triste-

 

-Ese día hubo una tormenta espantosa –dijo Dodge-, tuvimos que capearla porque no nos dio tiempo a volver a puerto. Recuerdo que recogimos todo el velamen y dejamos sólo el tormentín para mantener el barco en la dirección de las olas, y el ancla bajada para frenarlo e impedir que escollase contra las rocas del rompiente.

 

-Sí, ahora recuerdo yo también –dijo Billy-. Echamos el ancla para no ser arrastrados contra los acantilados y entramos los cuatro en este camarote estanco a la espera de que la tormenta amainase. Pero no amainó; al contrario, se recrudeció.

 

-Pero, ¿y la llave? –preguntó Ernest-, ¿por qué echamos la llave aquel día? Igual que hoy.

 

-Hoy es aquel día –dijo Conrad-.

 

-Echamos la llave para que el agua tardase más tiempo en corroer la cerradura de la puerta –dijo Dodge-.

 

-Para que nuestros cuerpos no fuesen devorados por los predadores marinos antes de que los rescatasen del fondo del mar –repuso Billy.

 

-Por eso no podemos encontrar la llave. Esa llave nunca podrá ser encontrada –sentenció Conrad. Y añadió-: No estamos locos, estamos muertos.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO

Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...

I dreamed a dream

La conocí en mis sueños. Apareció de repente. Era rubia, delgada y vestía una túnica azul cielo. Su risa repentina expulsó del sueño a los fantasmas habituales y me devolvió de golpe la alegría de soñar. Con voz coralina me contó un largo cuento que yo supe interpretar como la historia de su vida en un mundo vago e indeterminado. Sabía narrar con la destreza de los rapsodas y usaba un lenguaje poético que le debía sin duda a los trovadores. Todo en ella era magnético, sus ojos de profunda serenidad, su rostro de piel arrebolada, sus manos que dibujaban divertidas piruetas en el aire para ilustrar los párrafos menos asequibles de su discurso, los pétalos carmesí de sus labios jugosos. Cuando desperté me sentí desamparado y solo, más solo de lo que jamás había estado, empapado de una soledad que me calaba hasta los huesos. No me levanté y pasé el día entero en la cama deseando con desesperación que llegase de nuevo el sueño, y con el sueño ella. Soy propenso al insomnio, sobre todo cua...

La inutilidad de algunos tratamientos

Cuando los padres de Miguelito llevaron a su hijo al psicólogo a causa de unos problemas de adaptación en el colegio se quedaron sorprendidos del diagnóstico: Miguelito era un superdotado para casi todas las disciplinas académicas pero un completo gilipollas para la vida. El psicólogo les aconsejó que no se preocuparan porque esto era algo relativamente frecuente y además se podía intentar solucionar con una terapia adecuada. El niño era un fuera de serie en lo abstracto y un completo negado en lo práctico. Así que se estableció un programa terapéutico que debía dar los frutos deseados en un año a más tardar. Ya desde las primeras sesiones el terapeuta advirtió que los resultados iban a depender en buena medida de la inversión de la gilipollez de Miguelito, que parecía tener más calado psíquico que las habilidades por las que destacaba su mente. A pesar de los diferentes métodos usados por el especialista para frenar lo indeseable y potenciar lo más valioso en la mente del niño, ning...